EL RUSO KOICHMAN

El Ruso era un win derecho de puta madre, lo conocí jugando para Chacras de Coria, allá por el ochenta y dos. Vivía cerca de la cancha, la que está sobre la ruta a Cacheuta. Bajando, al costado del zanjón, tenía una casita que compartía con la vieja, la habitación del fondo era de él. Excelente el Ruso, cómo le pegaba a la pelota, hacía una maniobra rara, venía a la carrera, siempre por la derecha, la levantaba qué se yo cómo, la habilidad de un mago tenía, y la bola quedaba flotando en el aire hasta que decidía bajarla, después se la llevaba al fondo hasta la línea de cal, giraba el cuerpo y tiraba unos centros nunca vistos, así, desde el fondo hacia atrás. Ojo, todos sabían que iba a hacer eso, los marcadores de punta miraban y miraban videos del ruso haciendo la maniobra, después se ponían a discutir de cómo y por dónde darle el patadón para que no siga, pero cuando lo tenían en frente, cuando el Ruso era una realidad y encaraba haciendo su jugada a la carrera, ahí se quedaban embobados, hipnotizados, los deslumbraba.

Una vez en la cancha de Villa Atuel, yo lo he visto con mis propios ojos, lo marcaba un grandote que era una bestia, el Huraño Zaldívar, una montaña de músculos, tenía las dos manos en la cintura, los ojos clavados en el rival, el Ruso corría hacia él con la cabeza gacha, así corría el Ruso, sin mirar, no le importaba nada cuando avanzaba, el gigante lo iba a demoler, pero el Huraño, al verlo llegar con la bola haciendo piruetas como si no existiera gravedad, rompiendo todas las leyes físicas conocidas, el Huraño Zaldívar bajó los brazos, lo observó maravillado, y empezó a aplaudir, ni lo tocó, lo dejó ir sanito hacia su destino. Algunos no me creen, porque el Huraño, jugando de local, solía quebrar hasta el más pintado, hasta al más famoso de la liga, total, el tío era el intendente. Pero el Ruso pasó limpito y vino el gol de Chacras.

El Ruso era de esos nobles hombres de la cancha. Nadie lo quería faulear. Daba ganas de clavarle los tapones en medio del muslo, en el pecho, dejarle un recuerdo por la vergüenza que te hacía pasar, pero nadie, nadie lo rozaba siquiera, por que el tipo llevaba gente, ese era otro de los atributos que tenía el Ruso, llevaba gente a la cancha. Tenía más hinchada que los equipos que se enfrentaban. Jugando Boca de Bermejo con Unión Vista Flores, acá por la Génova, apenas entró con su saltito inconfundible y feliz, porque el Ruso era un tipo feliz y ya en ese tiempo jugaba para Boca, lo empezaron a aplaudir las dos hinchadas, y los jugadores también, se atrevió uno y siguieron todos, hasta el referí lo aplaudió.

El Ruso era el único que no necesitaba manga para entrar, igual manga, de esas blancas que se inflan, las que salen en la tele, nunca hubo en la liga, no entraba en los presupuestos, pero si había mucho quilombo en las tribunas, a los jugadores los acompañaban con un paraguas hasta el centro de la cancha, y si el calibre que tiraban era muy grueso, usaban el tablón de los asados, menos al Ruso, nadie le iba a mandar una escupida, o un petardo, o a putearlo, quién, nadie, el Ruso era amado por la gente, lo que se llama un ídolo popular.

Un periodista le preguntó al terminar el partido, justamente la tarde que le habían ganado a Unión Vista Flores tres a cero con tres centros de él, entre los abrazos de propios y contrarios, el periodista le dijo, -¿cuándo fue la primera vez que hizo la jugadita?-, el Ruso no te miraba a los ojos, era tímido, y poniendo su retina en la punta de los botines dijo, -no sé-. Esa fue toda la respuesta y se rajó al vestuario. Era seco, el Ruso era corto de palabra, se decía que ni la primaria había hecho, que no sabía leer. Cuando firmó el pase de Chacras de Coria a Boca de Bermejo ya había muerto la madre, y qué iba a hacer solo en esa pieza, no dudó. Le hicieron una cruz grande donde tenía que firmar y Cosme le leyó el contrato al oído. Firmó y se armó un asado de aquellos que se hacen en esta zona, pollo, lechón, arqueadas, chorizo, morcilla, hasta mollejas le pusieron donada por la Delegación Municipal. Cuando fueron a los brindis y le pidieron al Ruso que hablara, que dijera algo, entre los empujones y hablá che, dale hablá, queee haaableee, queee haaaableee, al final se paró, desde la punta del mesón miró a todos, y dijo,       -estoy muy feli-. Era elocuente el Ruso. Aplausos.

Desde su llegada por aquellos años, Boca levantó mucho. Con el Ruso Koichman igual no logró ningún campeonato, pero andaba por arriba, siempre entre los cinco primeros. Cada vez iba más gente a la cancha, iban por él, entusiasmados con la jugadita, con su fama. Se arrimaban desde Colonia Segovia, El Sauce, de Villa Nueva. El Club se hizo popular, cada vez más socios. En los veranos no se podía entrar a la pileta, había que pedir permiso de la cantidad de gente, nadar ni en pedo.

Hubo tratos con River para llevarlo, vino un representante desde Buenos Aires, traía un contrato, y ojo, no era mala guita, un toco le pagaban por mes, siempre y cuando hiciera durante el partido por lo menos tres veces la jugadita. Me acuerdo que la reunión se hizo en el quincho del club, era verano y hacía un calor de cagarse, los pendejos corrían por todos lados, te salpicaban con agua, gritaban, el tipo de River estaba de traje, un gentleman, todos lo miraban, hasta el Cachilo se arrimó y lo olfateó para ver si era de verdad. El contrato, venía enfundado en carpeta de cuero, el Señor Arancibia, mano derecha del Presidente de River, la abrió delante del Ruso Koichman. Silencio, el Ruso lo miró de arriba abajo, sin leerlo, no sabía, no entendía, para él eran todas manchitas, yo de reojo veía ceros por todos lados, una cantidad de ceros que apabullaría a cualquier humano. El Ruso se paró, levantó la cabeza, primera vez en la historia que el Ruso nos miraba a los ojos, y dijo, -no firmo-. Y se fue de la reunión.

El Ruso amaba El Bermejo y su casita por la Génova, frente al Club. Todavía en las siestas, ya viejo, se lo ve haciendo la jugadita con latas que encuentra por la calle. Quien pasa lo aplaude, él sonríe de costado y sigue caminando con la cabeza gacha. Un ídolo el Ruso Koichman. No habrá otro igual.

Por: Rúben Vigo