Por Camila Millán
El feminismo –es decir, los feminismos- con sus ecos, con sus redes, con sus megáfonos, con su historia, con sus enormes cauces, con sus raíces profundas, con sus brazos tendidos, con sus hilitos de agua han llegado sutil y prepotentemente a todos los ámbitos. El movimiento ha tocado la puerta de los juzgados, ha derrumbado la entrada de las catedrales, ha calado en los hogares, en las historias de las mujeres, de las disidencias, nos ha sumergido en lo no dicho, en las huellas borradas por los mandatos patriarcales. Así, con su fuerza abrumadora ha sacudido también las maneras de pensar nuestras culturas, los modos de identificarnos en los discursos artísticos y los patrones desde los que proyectamos nuestro hacer musical. Desde este sacudón preguntamos: ¿cuáles han sido los lugares asignados a las mujeres y disidencias en la música? ¿cuáles han sido los espacios de resistencia de estos sectores en los ámbitos artísticos? ¿qué recorridos realizan las mujeres músicas para lograr desempeñarse de modo profesional? ¿qué particularidades implica atravesar las etapas de una carrera artística siendo mujer?
Para las mujeres músicas hacerse un lugar en la escena se traduce en desenvolverse en un medio hostil que exige una serie de estrategias de supervivencia y existencia. Existir en este ámbito tiene que ver con la legitimación popular, la visibilidad y el reconocimiento, lugares históricamente vedados a las mujeres entendidas como figuras de exposición pública y con capacidad de reflexión y creación de sentidos. Para llevar a cabo sus pretensiones artísticas y conceptuales, mujeres y disidencias deben invertir tiempo y energía para mediar su participación a través una serie de negociaciones en las que entran en juego los mandatos, la maternidad, los cuidados, lo “esperable de una dama”; tensiones que no se hacen visibles en las trayectorias de artistas masculinos.
Las vías de resistencia tienen un gran componente vinculado a la adaptación, e incluso a la sobre adaptación de las artistas para ser oídas, para ser consideradas, para ser parte de la maquinaria de lo simbólico en los discursos musicales. Esta adaptación se actualiza en términos masculinos: lo masculino y lo patriarcal conforman la norma a la que adaptarse para legitimar la existencia de mujeres y disidencias. Desde aquí se explican las recurrentes expresiones: “tocás como un varón” o “tocás muy bien para ser mujer”.
Al nombrar y desandar estas dinámicas, tanto en espacios colectivos como desde nuestra propia reflexión y politización, podemos dar batalla en la trinchera de los contenidos artísticos, centrales a la hora de construir los imaginarios sociales y las ideas que movilizan nuestro cotidiano. Visibilizar y analizar la exclusión y marginación de mujeres y disidencias de los cánones artísticos, inscribirnos en una genealogía, interpelar nuestras subjetividades y nuestros deseos así como aunar fuerzas con otras colegas, no sólo mejoran la situación de cada música, de cada artista, de cada trabajadora del sentido, sino que nos animan a subvertir la idea misma de arte, de creación de contenidos, de modos de circulación y de formación. Nos invitan a desarticular los paradigmas de un escenario mercantil y patriarcal y a crear un nuevo universo simbólico a la medida de nuestro tiempo, de nuestros deseos y aspiraciones más políticas y profundas. ¡Por más mujeres en los escenarios! ¡Por la aprobación de la Ley de cupo femenino en festivales!