Por Nelson Belmar
Conspicuos personajes de la derecha Latinoamericana, algunos jefes de estado entre ellos, afirman que la llamada “revolución” neoliberal se está extendiendo por nuestro continente y que, incluso, está siendo capaz de establecer sólidas cabezas de playa. Atrás quedó, dicen, la ola populista y/o cualquier otro proyecto que pretenda apartar a nuestros países de una (¡esta!) suerte de destino divino.
Que la derecha ha dado varios pasos adelante en la recuperación de la administración de la cosa pública, ya sea por la buena, la mala o con maneras poco corteses, es innegable. Y dejemos a los estudiosos e inquietos por las cuestiones conceptuales, esto de si buscarle la quinta pata al gato para seguir enriqueciendo a un grupo, cada vez más reducido, de personas, a costa de los más y la naturaleza, como ya vienen haciendo desde los primeros tiempos de la sociedad de clases, puede ser llamada revolución.
Que si la derecha actual es menos salvaje que la que consolidó su poder en base a masacres y golpes de estado, no tendría que importarnos hoy, pues a diferencia de tiempos pasados, casi todos los días matan a un líder campesino o social en Colombia o en cualquier país Latinoamericano; a militantes feministas; defensores de nuestros bienes comunes; luchadores de los pueblos originarios, etc… Antes, impactaba el hecho represivo que daba cuenta de 20, 50 o 100 muertos en un solo momento (también hubieron miles). Ahora, en cambio, la cultura dominante ha logrado naturalizar como cosa cotidiana, como parte del paisaje social y político; la muerte y la represión. Esto es parte del avance de la derecha. Otras, tienen que ver con esto de los globos, los colores, las nuevas maneras que el marketing ha indicado como necesarias para llegar y lograr cierto anclaje en sectores importantes de la sociedad y por la utilización a full de los soportes cibernéticos y el papel de los medios de comunicación hegemónicos, que ya no informan sino que dicen qué debe ser, qué no y cómo; es decir, la construcción cultural para defender, sostener y asegurar la sobrevida del sistema imperante. No podemos negar, por otra parte, que sí debe ser toda una revolución para ellos tener apoyo social y que desde el mismo inmemorial barro del barrio se escuche “si se puede”; no tener que recurrir a los golpes de estado para terminar con cualquier disputa quizás les sea un alivio…por ahora no es necesario y eso no quiere decir que no estén atentos.
Bajo el discurso, ya conocido, de políticas fiscales responsables y de los eternos problemas de crecimiento de la economía, la derecha quiere campear por el continente. En tribunas y parlamentos se encuentra con otros amigos, también responsables, que andan en busca del costado humano del capitalismo desde ya hace tiempo…seguimos esperando.
Hay una cuenta histórica a la cual la derecha le rehúye…y es que con escasos paréntesis, ha sido ella quién ha direccionado y definido nuestros “estilos de vida” y a pesar del tiempo transcurrido, seguimos dando vueltas por los mismos caminos, los mismos problemas…que, dicen por ahí, a veces se nos presentan como tragedia y otras, como farsa. Que es por donde andamos en estos tiempos.
En este presente Latinoamericano, nos encontramos con la casi total desaparición de la Celac y Unasur, instancias construidas por fuera del tutelaje norteamericano. De hecho varios países suspendieron su participación en estos organismos; Argentina, Brasil, Colombia, Chile, Perú y Paraguay. A su vez, presenciamos los intentos de la OEA para volver campeante a nuestra región.
Para la OEA lo más importante es que caiga el gobierno de Maduro, en Venezuela. Suponen que después de eso, lo demás viene de perogrullo. El fraude electoral para las presidenciales de 2017 en Honduras es de una grosería impresionante, sólo comprensible si entendemos el papel que juegan las FFAA y el aparato judicial (yo le llamaría a esto un estado presente) en la mantención del status quo dominante. Tampoco dice nada la OEA y otros, respecto del derrocamiento de Dilma Rousseff En Brasil, en donde se dá la particularidad de que el principal impulsor del derrocamiento (Don Eduardo Cunha, a la sazón presidente de la cámara de diputados de Brasil) hoy esté condenado a 15 años de cárcel por corrupción comprobada y la “corrupta” esté libre de polvo y paja caminando por Brasil y otros lugares del planeta. O que, allí mismo, algunos generales en jefe digan, bajo amenaza de ruido de sables, que lo mejor es que la justicia haga lo que ellos piensan…por esto de las instituciones y toda la cháchara que se pueden permitir quienes tienen el poder de las armas (para pensar).
Tampoco dice nada la OEA y esta especie de eje derechista americano conformado por Macri, Temer, Piñera y Santos respecto de la violencia cotidiana que ubica a México como el segundo país con más muertes de civiles al año, después de Siria (en donde hay una guerra civil). Tampoco nunca dijeron nada Unasur y la Celac.
En este contexto, Colombia sigue intentando pasar piola. Con más de 6 millones de desplazados por la guerra interna que involucra al estado, los paramilitares, fuerzas guerrilleras, bandas de narcotraficantes y de todo tipo, no alcanza a convencer respecto del último tratado de paz con la, históricamente, más potente fuerza guerrillera; las Farc. Ya alcanzan a 50 los ex-guerrilleros asesinados en las últimas fases del proceso por, nadie sabe quién y cada día hay mas incertidumbre respecto del final de ese tan laboriosamente trabajado plan de paz. Aquí pesa mucho el recuerdo de la masacre de alrededor de 4000 ex-guerrilleros y luchadores sociales a mediados de los 80, quienes agrupados en la Unión Patriótica intentaron incursionar en política por las vías legales y no pudieron.
También es parte del contexto actual, la lucha por mantener y defender los avances que tuvimos en varios planos con los llamados gobiernos progresistas o populistas ante los muchos retrocesos que estamos teniendo en el plano de los derechos y libertades democráticas; en los ajustes para equilibrar todo tipo de balanzas a costa de los salarios, políticas públicas, etc.; en las reformas que apuntan a precarizar el trabajo y el sistema de jubilaciones y pensiones; en la manipulación de la cosa democrática por la vía de la articulación de los diferentes componentes del estado para proscribir, perseguir, encarcelar y asesinar, cuando es necesario, etc.
A muchos, y desde hace tiempo, inquieta Nicaragua, en donde un gobierno de reconocido pasado progresista y hasta revolucionario, se debate entre ajustes neoliberales y las legítimas demandas del pueblo, entre ellas, la gran resistencia que concita la construcción del segundo canal Atlántico-Pacífico que arrasa comunidades enteras y ecosistemas. Quizás la prueba más contundente de que el llamado “progreso” para la vida mejor, no puede atentar directamente contra la vida de pueblos y comunidades. Esto no es una “tensión” producto de una disputa; es una cuestión de opción y debe atravesar la política desde la filosofía hasta los actos cotidianos del quehacer político… para qué, sino.
Por otro lado, quienes sueñan desde 1959, con el derrumbe de la Revolución cubana, siguen soñando. Ahora, esperarán algún resfrío que ponga en duda las posibilidades de Miguel Díaz Canel en el recambio generacional de la dirección del estado cubano. Ajenos a las causas y a las profundas realizaciones de la revolución seguirán esperando; cómodos por supuesto, mientras leen los últimos indicadores de las Naciones Unidas respecto de desarrollo humano, educación, nutrición infantil, etc. y se enteran por la prensa que, en pleno recambio, Cuba enviaba 2000 médicxs a Siria por eso de las opciones que hablábamos más atrás.
Diversas realidades dan cuenta de la vida en nuestros países. Y las porfiadas constantes históricas que nos atraviesan se mantienen… los sueños, los empeños y la gran lucha por un mundo sencillamente más justo y la posibilidad de la felicidad al alcance de todos nuestros pueblos.