CUENTO: EL BERMEJO DE VANESA

Por Rubén Vigo

Vanesa siempre insiste con lo mismo, me repite una y mil veces que yo no soy para El Bermejo, que soy un cuadrado, insensible, que si miro un plátano veo un plátano, y si veo un sendero veo un sendero. No sé qué quiere que vea, ¿un cisne de cuello negro? Dice que me extirparon con una tenaza el hemisferio creativo del bocho, que lo tengo limitado, y así sigue con su bla bla bla bla sin parar. Se pone la camiseta de Simone de Beauvoir y no se la saca hasta que termina por asquearme y ahí sí, me rajo a los billares del centro, o a pelotudear por la San Martín hasta encontrar algún amigote exultante de football, algún amador que inventa amoríos, alguien inculto por vocación, bien bestia, que si le preguntan por Cortázar, él pregunta si es una marca de puchos, o si le dicen si alguna vez escuchó la Traviata, el tipo responda serio, que son más ricas las Criollitas.

Vanesa tiene eso, es bicho raro che. Ella es artista plástica. Ahh, y lo que son los amigos de Vanesa, mamita. Igual, está claro que no me meto en su vida, pero cuando los veo llegar por la Araujo y no hay tiempo de rajar por la ventana, cierro con llave la puerta de la pieza y si en la tele hay football, rugby, tenis de mesa o ajedrez me da lo mismo, pongo el volumen al máximo y ruego que en el cable no haya otro colgado como yo para que no se corte.

-Alejandro, vos no podés vivir en El Bermejo, mirate la ropa- insiste mi dama plástica.

-¡Quéee! ¿Tengo que vestirme como vos, o como tus amigos creativos? El Serafín por ejemplo, no me digas que ese huevón anda bien vestido, tiene unas zapatillas mugrientas como recién salido de la acequia, el jean roto en la rodilla, la camisa floreada tirando a pálida de centenares de lavados, de qué se la da, que deje de dar lástima-.

-Ves que no sabés nada, él es escritor, Serafín es E S C R I T O R- y se desgañita cuando imprime con énfasis el título de escritor al petiso de no más de metro sesenta que come asado cuando lo invitan, ¿por qué?, porque el señor escritor se define como vegetariano, el señor vive tragando semillitas y alfalfa, le falta rumiar, ah… pero si lo invitan y le dan carne gratis, el plato de alpiste al tacho y se morfa hasta un pingüino.

-¡Que sabés vos de vegetarianismo, o de ser Vegano!-, está como loca, Vanesa se para, se sienta, golpea la mesa con los puños, le falta escupirme, me refriega a Sartre, a Neruda, a Pavlovsky y a la mar de nombres que se le vienen a la cabeza, porque encima, la muy plástica, tiene una memoria de elefante, tiene todo lo que a mí me falta, porque a mí de los Chalchaleros o de Riqui Maravilla no me sacás, si hasta hace un mes pensaba que Mafalda era una marca de ropa. Una vez caí como un boludo en una tienda del centro, y eso me pasa por hacerme el más fino, el conocedor, el culto, y también por haberla escuchado a Vanesa decir a las amigas que le encantaba Mafalda, no voy a un negocio de ropa de mina en la Peatonal y a la vendedora le pido un talle treinta y ocho, -por favor señorita, una Mafalda talle treinta y ocho-, la flaca abrió los ojos como si le hubiera apretado los dedos con la puerta, después caminó hasta llegar atrás del mostrador y entre las tres minas del local se me cagaron de risa. De bronca me fui derecho al bar, me fui donde estaba el Luis y el Tarta, nos chupamos una botella de ginebra hasta las dos de la mañana. Por casa aporté como a las tres, llegué a los gritos y cagándome de risa de los intelectuales, de los filósofos y de la vanguardia artística, son todos unos atorrantes, vayan a laburar vagos.

Vanesa estuvo una semana sin hablarme, pero al final aflojó o aflojé, ya ni me acuerdo, porque con Vanesa nos amamos a nuestra manera, estamos juntos desde… qué sé yo cuánto, y nuestra cama siempre, siempre termina siendo un revoltijo de alegría en cada encuentro. Pero, lo que no me perdona Vanesa, que la bestia, o sea yo, que después de aquella noche cuando vine a los tumbos esquivando maderas talladas, pisando tubos de óleo, metiendo la mano embarrada sobre su última obra PLÁSTICA, lo que no me perdona Vanesa, es que con ese pedo que traía y mi pobre hemisferio creativo inactivo, me haya puesto a pintar esa madrugada y de puro cabrón haya presentado el cuadro en el Salón Vendimia, y encima…, encima me haya sacado el primer premio.