CUENTO: “FERIANTES”

La Ángela grita con voz ronca, carrasposa, de carretelero. Se le hinchan, hasta explotar, las venas del cuello y las vocales le patinan en el aire cada vez que ofrece ¡¡Eeeeeempanadaaaaaaa…eeeeempanadaaaaaa!! Mirala vos che, qué coraje la mina, cómo la lucha. Y nunca falta, hasta con viento zonda está cada sábado y domingo en la feria. Se lleva los culillos a cuesta, una fila de edades se trae, uno por cada año. Siempre quiso tener muchos, y acertaba casi en la misma fecha, así de ordenada la Ángela. Ella decía: -un solo cumpleaños viejo, uno sólo-, porque las fiestitas son caras, hasta en las más humildes siempre te vienen, si no es un primito es una primita, o vecinito y vecinita. Después que llegan los primeros llegan mil. Los pendejos morfan como bestias. ¿Y cómo no festejar los cumple?, la Ángela daba los dos brazos por sus hijos. Cuando se murió su pareja, el Tobías, tenía al más chiquito de cuatro meses. Se murió es una forma de decir, se lo mataron. Ese día le volvía de la obra tarde, como a las once de la noche. A veces los barrios son jodidos. Nunca supo si se la tenían jurada o fue al boleo, porque al Tobías no le afanaron nada, la billetera intacta, tenía quince pesos, lo que sobraba del bondi. Dos cuchilladas a la altura del corazón, ni supo quien fue, no le vio ni la cara, desde atrás se lo mataron, cobardes, y se le murió ahí, sin gritar. La Ángela lo lloró todo lo que pudo, pero había que arremangarse y lucharla. ¿Y los culillos? ¿Cómo iban a morfar eh? Así que ahí está, con el más grande de nueve y el último de diez meses. Cómo creció el Carlitos, pasó el tiempo claro, desde que el Tobías no está más ya van seis meses. Donde quedó la mancha de sangre le hicieron una crucecita, así lo recuerdan en el barrio al negro. El pobre ya estará por algún lado, allá arriba, que Dios lo cuide a ese muchacho. Buen hombre, buen hombre el Tobías.

Hoy es Domingo y la Ángela ya está en el puesto, le llega temprano para ordenarse. A los chiquitos los levanta a las siete para arreglarlos, no es cuestión de estar en la Feria sin peinarse y con cualquier ropa. En ellos está el futuro. El de nueve y el de ocho se le sacan diez en todas las materias, el de siete es más rebelde, pero un amor de comprador es, simpático el chiquito. Por los pasillos se los ve con la bandejita de empanadas dale que dale ofreciendo. Porque los culillos van a la par de la Ángela vendiendo, saben que no es fácil la vida, que hay que ayudar, que el Tobías no está, que faltan los besos del papá en la madrugada, ahí cuando se iba para la obra. ¡¡Eeeeeemmpanadaaaaaaa…eeeeemmpanadaaaaaa!!

El relleno es fresco, la Ángela se quedó hasta las dos de la madrugada cortando cebolla, ajito, pimiento, revolviendo la molida, condimentando mientras los chicos dormían. Hay que enfriar el relleno, esperar que se endurezca la grasa y tempranito armar. En la semana se la rebusca por las casas, tiene varias señoras por la sexta, pero como están las cosas hoy, poco la llaman, todo está duro, la apuesta es la Feria, de ahí se vive, de ahí se come. Cuando se acuesta extraña al Tobías, le llora en silencio, porque al ladito nomás le duermen dos de los más chicos, que ni se enteren que llora, porque preguntan, ojitos con luz, ternura y caricias. Que duerman nomás,-papá está en el cielo, papá los cuida–. Y ahí piensa la Ángela, se lo dice a ella misma, y a quien le pregunta también le repite, “que de niña soñaba con ser pediatra y tener un delantal blaaaancoooo como las nubes, colgarse el estetoscopio y revisar a los niños”, sanar a los pendejitos del barrio que les falta de todo y que andan moqueando por las calles de tierra, que les falta agua, que les falta morfi, así soñaba la Ángela para cuando fuera grande, y no pudo, no había forma, ¿por qué siempre les toca a los mismos tener que sufrirla?, tener que buscar el mango día a día mirando pasar el tiempo, nunca les toca a la gente que tienen, a  las que dirigen sin conocer su cama vacía, sin el Tobías, esa gente no pregunta que nos pasa después que llegan dos puñaladas y se arma en la casa un hueco así de grande. La Ángela soñaba con “ser alguien”, como si aprender a “ser alguien” se estudiara en la Universidad…, y parece que no, que no es así, porque muchos salen de ahí y nunca solucionan lo que a la Ángela le falta. Ella sabía que “ser alguien” es darle de morfar a los culillos, ¡eso es ser alguien!, no afanarle al otro, ayudar al otro es “ser alguien”, poder ir con la frente en alto es “ser alguien”. Y para qué está la política señor, diga, para qué está sino es para ayudar al que más sufre, al que menos tiene, para que sea más justa la repartija señor. Ella en la cama y mirando el techo, piensa que todos los que estudiaron deberían venir a vivir esta vida, tal vez, sólo tal vez decidirían mejor, y ella, ella hubiera estudiado y capaz que el Tobías también, y en una de esas estaría vivo, porque era un buen muchacho, trabajador, extrañable, y ahora enterrado tres metros bajo tierra dejando tantos hijos, tan pobre el Tobías que hasta una colecta en el barrio hubo que hacerle para comprarle un cajón miserable que se deshacía de solo mirarlo.

La Ángela tiembla cada fin de semana, porque se rumorea que los van a rajar, que no va a poder vender más empanadas. Vaya a saber, no les cree, quién la va a echar de ahí, si para darle de morfar a los culillos tiene que vender, y sino vende donde van a parar, ¿y el alquiler de las piecitas, y el colegio de los pendejos? No lo cree, los que dirigen saben, para eso han ido a la universidad, todos saben que en las barriadas la gente se acomoda donde puede, todos saben que el mundo es injusto, porqué joderla justo a ella que la lucha tanto.