Por Analía Millán
La sociedad está convulsionando con tanta novedad, entre tantos debates, entre tantas versiones… más no, entre tantas verdades. Los medios están empecinados en hacer una sopa con todos los temas que hoy toman la agenda mediática, o que la agenda política pone adelante… no se sabe… Entre los tarifazos, el debate por la Ley para la legalización del aborto, el mundial y Messi, el Fondo Monetario Internacional, el dólar por las nubes, el precio del pan… y así.
Aparece otra vez la grieta, los a favor y en contra. Este fenómeno, a título personal, sano. ¿Sano? Sí, sano. Porque el silencio dejó de ser salud, porque el silencio es aplastado por palabras que encarnan posiciones ideológicas, políticas, religiosas, que llenan las calles de cuerpos con banderas y consignas, con ideas, con propuestas. Y al ver la conmoción, en los fueros íntimos muchos y muchas empiezan por cuestionar también sus propias creencias… ¿la realidad es lo que veo o lo que creo?
Allí los medios de comunicación, las redes sociales y la explosión de la convergencia de ambos proponen escuchar más voces, más argumentos. Y en las discusiones se suman nuevos sujetos que se forman, que cuestionan, que comparten sus maneras de analizar las realidades. Y se van mezclando las virtualidades con marchas, con cuerpos que se abrazan o se chocan en una plaza cualquiera del país. Porque la política, entendida como la forma de poder popular que tenemos las y los ciudadanos, nos ha permitido ver en los conflictos sociales una manera de resolverlos. Ver en el conflicto, en las diferencias de opinión, el primer gran desafío: escuchar lo que el otro tiene para decirnos.
Claro, tampoco pecaré de inocente, porque no todos escuchan, porque no todas respetan el tiempo sagrado de la palabra disonante. Pero, aún sin tener deseo de escuchar, es muy difícil no toparse, en algún momento de los miles que a diario nos rodean, algún mensaje que nos haga ruido, que nos haga dudar, por un momento en que mi postura no es más valiosa, que la de otro, u otra.
Se incorpora a las nuevas formas de comunicación popular, el humor, la imagen, la foto, la ironía. Los llamados “memes” que inundan con sus apariciones fugaces, contundentes, filosas y despreocupadas, nuevos sentidos. O viejos sentidos con nuevas formas de expresión desafiantes, que tienen más de desparpajo, gracia y torpeza, que de conceptos profundos. Sin embargo, en su síntesis como producto comunicacional, tiene potencia: interpela con un contrasentido. Suelen ser muy usados por la juventud, pero adoptados luego por todas las edades, que rápidamente se adaptan a las maneras de construir y deconstruir las realidades circundantes. Ejemplo de ello, son los Macri Tips, que aún a quienes apoyan a este Gobierno, y a quienes no lo apoyan, les provoco una risotada, un aplauso por la creatividad. ¿Cambian la realidad, el voto, las ideas? No sé… pero seguro habilitan otras formas de pensar más amplias.
Entonces, con tanta movilización, interna y externa al cuerpo, con tanto posteo y programas de radio y televisión, con tanta prensa gráfica online y en papel, con tanto grupo de Whatsapp… algo nuevo incorporamos a nuestras propias formas de ver.
Algo está cambiando, algo fuerte. Y ahí estamos, lo queramos o no, contribuyendo con nuestras palabras y sentidos a las palabras y sentidos de miles. Porque cuando hablamos de redes sociales, las primeras que transforman son las propias, las reales. ¡Bienvenida otra vez la palabra a la política! Porque la palabra también es acción.