“EL RESPETO, A VECES, NO LO ES TANTO”

Por Florencia López

Reflexiones sobre la laicidad de la educación pública.

Los religiosos en general creen que una imagen o una pregunta, no puede ofender,  que ellos no faltan el respeto o no discriminan. No pueden ver que tal vez para alguien ateo, tener una imagen religiosa en su lugar de trabajo, es molesto. Pareciera que sus actos están envueltos en bondad y no pueden generar malestar en los demás. Esta naturalización de lo religioso como algo incuestionable e inofensivo por parte de muchos compañeres docentes, es lo que me empuja a reflexionar sobre la importancia de la Laicidad en la educación pública.

Ley Fundamental

A partir de la ley 1420 de Educación Común, sancionada en 1884, en la República Argentina la educación de gestión estatal es laica, gratuita y obligatoria. Esa ley es un pilar fundamental de nuestro país, gracias a ella se permitió la integración de millones de inmigrantes, de los cuales nosotros somos descendientes. Gracias a ella también, tenemos, hasta el día de hoy, un sistema educativo que es de los más inclusivos, completos y mejores de América Latina.

La idea que latía en la base de aquella legislación era promover la igualdad de oportunidades y generar un estado pluralista y democrático. Para esto era indispensable separar la educación de las concepciones religiosas, asegurando la libertad de conciencia y la igualdad ante la ley, tanto de quienes adopten una religión como quienes prefieran no hacerlo.

La educación laica no atenta contra las concepciones religiosas, pero tampoco se basa en ellas, centrando los contenidos educativos en el conocimiento científico, cuya principal fuente de comprobación son los hechos y los fenómenos, alejándose de todo dogmatismo. Así, la educación pública no debe ser ni atea, ni agnóstica, ni religiosa, sino científica e independiente de cualquier creencia o confesión. Esto es lo que se desprende de aquella ley, y es además el principio sobre el que se asientan los mejores sistemas educativos del mundo.

Haz lo que yo digo…

Sin embargo, vemos que aún hoy en nuestro país, y particularmente en nuestra provincia, existen un sinnúmero de prácticas cotidianas dentro del aula, que contradicen el principio de laicidad. Podríamos hablar de una especie de currículum oculto en relación a lo religioso que sigue persistiendo. Es decir que no se dice, pero se hace.

Aunque no se imparta religión en las escuelas, todavía hay mucho por hacer para llegar a una educación laica. Dentro de las prácticas y los discursos es donde todavía no se puede separar a la religión de la educación, de hecho, se hacen actos protocolares de vírgenes y santos, como el 8 de setiembre “Día de la Virgen del Carmen de Cuyo” o el 25 de julio “Día del patrono Santiago” que siguen conmemorándose, ambos en la escuela primaria y el último en la secundaria.

Aún muchos docentes que profesan el catolicismo parecen no poder ver o entender ¿qué es la laicidad? Y continúan preguntando a los niños: si hicieron la comunión, si fueron bautizados o si creen en dios. No pueden ver que esas prácticas generan discriminación ante quienes profesan otro culto o ninguno.

Todavía en nivel inicial algunes docentes recitan versos a modo de bendición o agradecimiento a la hora de merendar, e incluso es común encontrarse en las galerías con imágenes religiosas en algunas escuelas. Y esto por dar solo algunos ejemplos, ya que quienes no profesamos ninguna religión, podemos sentir que hay mucho de ella todavía en las escuelas públicas estatales.

El cambio y la insistencia

Sospechamos que detrás de esta persistencia de la religiosidad esta la falsa idea de que enseñar religión es enseñar valores. ¿Qué dirían las madres y padres de mis alumnes si yo les hablara de ateísmo, espiritismo, oscurantismo, o cualquier otra creencia?

“El ámbito de las creencias y lo religioso debe ser el de las instituciones religiosas y no dentro el de la Escuela Pública” Esto ha sido refrendado por nuestra Constitución que establece un sistema educativo público, laico y gratuito…

Casi nos da vergüenza tener que repetir una verdad tan obvia, 134 años después de que la ley lo haya establecido. Sin embargo, parece que tendremos que seguirla repitiendo otros 134 años más, hasta que se transforme en una realidad.