Mariú Carrera. Maestra, actriz, militante, defensora de los derechos humanos, artista que llena con su alma los escenarios del teatro y de la vida. Abriendo el segmento cultural “Caleidoscopio” en La Diaria, Mariú nos comparte su encuentro con el arte, su lucha desde ese lugar y nos lleva a descubrir nuevos espacios, donde se reúne la belleza, la militancia y el compromiso.
“El arte llega a mi vida como el juego. En mi casa, que era una casa antigua y era el punto de encuentro de todos los chicos del barrio en la calle Paso de los Andes. Mi mamá nos dejaba jugar y nos proporcionaba el espacio y lo que necesitábamos: pedacitos de tela, de verdura para jugar, la mesa… en fin las distintas cosas. Y ahí aprendí lo que era tener imaginación, a jugar sin límites”, expresó Mariú abriendo el juego para encontrarnos con su arte, ese que transmite y transforma.
“Para mí el arte siempre está relacionado con el estado de juego, con esa capacidad humana – y cuando digo humana involucro también a los gatitos, a los perros, a todo lo que juega- para jugar, para pasar a ese nivel de realidad distinto, complementario a todo lo que una hace en la vida”, expresó Mariú y subrayó: “El arte para mí surgió así y creo que es la base de cualquier arte. Y que está enraizado en la necesidad de decir, de mostrar algo, de decir lo que una tiene en el alma. Hay veces que en el alma se tienen alegrías, violencia, denuncia, todo lo que tiene el alma: cosas oscuras y cosas claras… todos los colores del caleidoscopio tiene el alma… Entonces cuando se expresa en un color, en una tela, en una música, en una actuación, el juego te permite reflexionar, le permite pensar a quien lo hace y a quien lo ve. Y esa es otra parte muy importante del arte: pensar para decidir si quiero seguir viviendo con injusticia o si quiero ponerme a luchar para que la injusticia caiga y se imponga la justicia”.
Sobre estas y otras herramientas que desarrolla desde el arte junto a otras/os artistas, Mariú nos acerca a lo que encontró reconocimiento al llamarse “el teatro del alma”, ese que comenzó a gestarse en el Teatro La Pulga junto a Rubén Bravo, Osvaldo Zuin y Raquelita Herrera. “Surgió porque nos lanzábamos a ese espacio del juego y fuimos profundizando, jugando más hondamente, dándonos un tiempo de elaboración … hasta sacar una obra de teatro infantil, pero fuimos descubriendo en ese juego otras cosas, fuimos viendo otro tiempo, un tiempo que no tenía tiempo; fuimos descubriendo que el arte podía ser profético, que advertía cosas, que era comunicación real, que era un estado de verdad. Y después llegó el destrozo que hizo la dictadura. Y pasé siete años sin hacer teatro y cuando retomo el teatro vuelvo a ese punto de partida: poder estar en un espacio donde yo fuera tal cual estaba en ese momento y buscar desde ahí. Es decir, dónde estaba mi alma y cómo estaba”.
Estas manifestaciones del alma en el cuerpo se abrigaron con las miradas y el arte de Pablo Seydell, Liliana Bodoc, Ariana Gómez, América Marssola, Claudia Calvi, Alejandra Altamirano entre otros compañeros y compañeras que se sumaron a jugar de esa forma. “Pusimos obras en escena de ese modo y un día decidimos formar la primera Escuela Popular de Teatro que tantas alegrías nos dio, que nos permitió conocer a tantos jóvenes que nos llenaron la vida de cosas hermosísimas. Y la parte que fundaba eso era el teatro del alma: ser un actor de tu tiempo, con voz propia en un trabajo colectivo”.
Y en esa búsqueda y construcción se fue gestando las bases del Taller de Arte Oculto. “Nos fuimos enterando cuando las y los compañeros presos políticos salían de la cárcel de la dictadura cómo habían podido sobrevivir”, relata Mariú. “Sobrevivieron por la solidaridad, por ayudarse, por una unidad real que tenían entre sus distintos pensamientos políticos y por la posibilidad del arte. Fueron encontrando modos de hacer arte, de tejer, de pintarse con remolacha, de dibujar y hacer tarjetas postales para sus hijos con saquitos de té o yerbiado húmedo. Esto puede ser una cosa muy sencilla pero en una celda donde todo está prohibido bajo un régimen dictatorial, es realmente heroico”.
“Siempre recordábamos y vivenciábamos con David Blanco que ellos lograron poner una obra de teatro… “La Conquista” se llamaba y duraba fracciones de segundos, en los minutos de cambio de guardia, y todos veían ese instante de teatro. Cuando nos fuimos dando cuenta de la importancia de cómo el arte había permitido sobrevivir, y hacerles conocer esa experiencia a los estudiantes era mostrarles que el arte no era sólo un espectáculo, que uno no es tocado por una varita mágica, que uno debe ser responsable de esa capacidad que pueda tener y así se fue conformando este taller de arte oculto”.
Con la dulce fortaleza que Mariú trasmite en cada palabra, nos regala pensamientos desde ese lugar de referencia, desde lo más profundo para invitarnos a jugar, en un lugar donde confluyan diversos colores y nos transforme colectivamente.
“El arte no está separado de la vida. El arte en sí mismo es una inmensa maravilla que puede ser utilizado para un lado o para otro (…) pero si el arte se desvirtúa cumple otra función, no cumple esa función que lo engrandece que le da dignidad y que le da belleza porque si no es un arte justo va perdiendo el color, va perdiendo la belleza. (…) hay veces que se utilizan las distintas herramientas para que la gente y uno mismo no tome conciencia y el arte es para eso, para tomar conciencia”.
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