EN EL BAR

Del otro lado estaba ella, el bar un enorme salón repleto, la mesa junto a la ventana que daba a la calle era la nuestra, esa tarde también, siempre fue la nuestra, la batalla no estaba perdida, sabía que podíamos, porque Graciela tenía eso, se recuperaba, se reformulaba, era siempre un embrión de algo nuevo, su forma de vida era reinventarse en las mañanas, hasta la he visto hacerlo en el transcurso de una tarde cualquiera, ser ella, ser otra, y volver a ser ella sólo en minutos, Graciela era rebelde, se rebelaba consigo misma, hoy opinaba de algo que mañana seguramente cambiaría, como si nada, no tenía fronteras, por eso la amaba, por eso levantaba mi ira y volvía amarla, no lo sé, y tal vez no quiero saberlo, porque saber tanto sobre los impulsos metería en la hoguera al amor mismo, explicar, siempre explicar, esa dudosa forma de ser formal, de encontrar la razón de todo, un fiasco, hay razones sin razón, dejarnos llevar por ellas son la esencia misma de la vida, la sorpresa es la garantía del despertar y no repetir las rutinas…, las rutinas, ese aburrimiento de lo ya hecho, lo calculado sufre derrotas permanentes, en cambio, lo inusual no tiene medidas, es un páramo a descubrir sin marcas que obliguen a circular por el mismo sendero, se avanza y nada más, avanzar, avanzar, sorpresas, Graciela es eso, pura esencia de eso, con ella hay un lugar donde mejorar, donde descubrir y descubrirse, pero ahora lloraba, como podría estar riendo a carcajadas dentro de cinco minutos, como podría estallar en ese mismo instante golpeando las manos sobre la mesa como batucada y cantar hasta la madrugada, pero ahora Graciela lloraba, sus manos le tapaban la cara y entre los dedos se dibujaban finos hilitos de brillos que se derramaban sobre el dorso de sus manos, los pelos lacios se le amontonaban en su cabeza gacha y era toda un tumulto de sollozos, -otro café por favor, gracias-, cuando vi que ella no podía, que estaba realmente sola, que se había abandonado como otras veces lo había visto, salí a buscarla, sabía que estaba ahí, sabía que iba a retroceder, sabía que iba a quemar las flechas envenenadas, que todo lo que le había dicho con armas en mano lo iba a replegar, a tirar en el recuerdo, como siempre, porque amar a alguien es tan irracional como pararse frente al precipicio, amar es el vértigo de avanzar avasallando las derrotas, las propias incoherencias y las ajenas, la frontera de la mesa fue cediendo, retiré el fuego cruzado, y mi ejército de manos se arrastraron entre tazas y cucharitas, dejaron de lado las bolsitas de azúcar, y antes de llegar al puerto de temblores húmedos, me detuve para observarla, se la veía tan débil, tan derrotada, mis dedos treparon los peldaños de su antebrazo, apartaron la cortina lacia y negra, se fusionaron en la humedad de la cumbre donde su cabeza reposaba inquieta pidiendo a gritos mi abrazo, mis caricias, la recorrí entre los dedos, abrí sus ventanas susurrando, supe que éramos dos, que la vida es de a dos, que se pierde cuando no se acepta, cuando se rechaza, Graciela me necesitaba, y yo a ella, me paré, no me alcanzaba la unión de las manos, rodee la mesa que se hacía gigante a cada paso y la abracé, Graciela temblaba con todo el cuerpo, me reconocía desde el olor, desde la piel, éramos el amor, la búsqueda abierta de lo mejor que se puede, para insistir de nuevo en la búsqueda del amor de lo mejor que se puede, pero el encargado del café mandó, y el mozo, el señor mozo caminó, llegó, y parado delante nuestro exigió, obligó, ordenó, -señoritas basta-, -señoritas compórtense, hay gente, salgan-, y a empujones intentó romper lo que no se puede romper con normas del bar, a empujones intentó romper lo que no se puede destruir con ninguna norma que defina quien es gente y quien no lo es, qué es amor y qué no lo es, mientras salíamos las dos hacia la calle, Graciela los puteaba, se les cagaba de risa, íbamos abrazadas, fortalecidas, unidas en un beso rotundo para empezar lo nuestro de nuevo, como siempre lo hicimos, como si con ese beso tuviésemos la fuerza para hacer un mundo mejor, más justo, con el beso que nos perdura hoy como la misma razón de ser.