Por: Analía Millán
Así andamos, todo con fecha de vencimiento, con el apuro de la gente que no tiene rumbo, pero llega tarde… Vamos pagando en cómodas cuotas la pequeña cárcel virtual que nos aísla del mundo real, del aire en la cara con la ventanilla abierta, de sentir el olor de los tilos, y pasarle la pelota a ese grupito de niños y niñas que juegan un picadito. Las tecnologías nos han embarcado en muchos nuevos hábitos, pero sobre todo han cambiado nuestra percepción de dos variables (in)finitas: a saber, del tiempo y del espacio. Y de las prioridades en nuestra propia vida. Pero por suerte, la vida se abre camino, y a veces, llegan bocanadas de aire fresco que te despabilan las pupilas dilatadas por las pantallas.
Hace unas semanas, llegaron a Mendoza unas mujeres que andan viajando, despojadas del apuro de la rutina autoimpuesta… más que viajando, viviendo un viaje. No son las tecnologías las que les marcan el ritmo, sino sus propios sueños, y proyectos.
Llegaron en su casita rodante. Dejaron atrás los pies de plomo de la ciudad de Rosario, el laburo seguro de la docencia, la cocina del restau
rant, y se subieron a su propio proyecto con ruedas. Se la jugaron por su sueño. Andan recorriendo la Argentina hace poco más de un año, generando redes de gente que las recibe y abre sus puertas para invitar al deleite musical, a amigos y gente que valora y apoya a los proyectos auténticos. Así llegaron a la Radio La Mosquitera, al comedor de una vecina del Bermejo, a patios de familias que se convertían en escenario. Hablando con amigos, amigos de amigos, ellas y nosotros, nosotras… olvidadas de la instantaneidad, y viviendo el instante, que se graba en la retina, en el alma, no en la memoria del “smartfoun”.
Se llama “Música en casa”, y eso hacen: invaden las casas con su música, se llena de gente que canta a coro, que se ríe, que baila, que les siguen el ritmo. Cada encuentro es único, porque la magia empieza mientras corren los muebles, mientras prueban instrumentos y arman la puesta de luces. Llega la gente y se siente así, como en casa. Eso genera esta propuesta artística, popular y crítica. ¿Crítica? Sí, porque invitan a pensarse en un sueño propio, a mirarse a los ojos, y a mirarse a sí mismo. Y esa sorpresa y admiración de “qué locas lindas” se convierte en un “fuaaa, qué valientes mujeres”.
Llevan en su casa rodante lo necesario para seguir el viaje, para vivir de viaje. Dice Dafne, señalando un metro y medio de distancia, donde está la cama: “desde allá, se ve tan grande nuestra casa!” Y no es ironía, lo es. Un proyecto lleno de tanta pasión y esfuerzo, de tanta libertad requiere de una mirada así de optimista y clara. Cuentan con risas: “en Tucumán regalamos el pequeño tv que teníamos en la camioneta, porque nos ocupaba demasiado espacio”. Espacio valioso para tantas otras cosas… ese es el punto: despojarse de tiempos, espacios y proyectos que nos impone el sistema para estar en el mundo. Hay otras maneras de vivirlo, de habitarlo, de construirlo.
Este proyecto tiene su fortaleza en la construcción de lazos, se basa en la confianza de la palabra, en lo colectivo, en la juntada con gente querida… nada más lejos que las lógicas que hoy invaden las relaciones, convirtiéndolas en un vacío de presencia, individual, mostrando a los demás lo feliz que sos sólo a través de redes sociales y emoticones. Aquí, no. Aquí se canta y se ríe, se disfruta y se toma un vinito, no hace falta demostrar nada. Simplemente porque el tiempo y el espacio, se llenan de presencia.
Con la dedicación y confianza del oficio del arte, Dafne y Vicky, las creadoras de este andar por el mundo, van llevando música, canto, imágenes y dibujos. Eso es lo que ellas saben que llevan. Pero andan llevando otra cosa, que ellas no saben: semillas de sueños, que dejan en las macetas de los patios.