Por Analía Millán
“Hay hombres que luchan un día y son buenos. Hay otros que luchan un año y son mejores. Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos. Pero hay quienes luchan toda la vida, esos son imprescindibles” (B. Brecht)
Cuando una persona te marca la vida, así sin mucha explicación, llega un día, y algo cambia. Este tipo era de esos. Bastaba conocerlo, cruzar algunas palabras, ir en búsqueda de su ayuda, de su sonrisa siempre dispuesta… Hacía una revolución cada día.
Andaba por San José, mate en mano. Hay quienes se acercaban a la Parroquia La Consolata a escuchar sus misas, que no eran condescendientes, que había que tener coraje para quedarse sentado ahí, y al salir no eras la misma persona. Hay quienes caminaban con él codo a codo luchando por el agua pura de nuestros suelos. Hay quienes pensaban con él estrategias para organizar la comunidad, darle batalla a la pobreza y a la desocupación. Hay quienes encontraban en él al amigo fiestero para comer un asado y madrugarse, abajito del parral de su casa. Hay quienes iban a su abrigo para comer y tener un ratito de dignidad, para seguir luego, pateando la calle. Hay quienes charlaban con él de filosofía, de los malestares del alma, sin por eso que él impusiera ni por un segundo a su dios.
Cuando lo conocí le llevé la canción de Serrat, letra de Antonio Machado, quizás lo más cercano a la religión que tengo. Le dije que ese poema era para mí como la vida. Y hoy, así lo quiero recordar…
Dijo una voz popular:
“quien me presta una escalera
para subir al madero
para quitarle los clavos
a Jesús el Nazareno?”
oh, la saeta al cantar
al cristo de los gitanos
siempre con sangre en las manos,
siempre por desenclavar.
Cantar del pueblo andaluz
que todas las primaveras
anda pidiendo escaleras
para subir a la cruz.
Cantar de la tierra mía
que echa flores
al Jesús de la agonía
y es la fe de mis mayores.
Oh, no eres tu mi cantar
no puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino el que anduvo en la mar?
Así lo quiero honrar, andando en la mar, con su carcajada contagiosa, con sus proyectos intactos que seguramente los cientos de pibes y pibas a quienes marcó, llevarán a cabo. Así quiero cantarle, a ese tipo que me hizo ver más allá.
No era santo, por suerte. Era bien humano; de esos que andan despertando gente. Creo que es muy difícil poner en palabras lo que era este “pelado”, este “curita”, este tipo que llevaba tatuada a su amada Latinoamérica en la piel y en la vida diaria, que sus togas tenían la bandera wipala, que defendía la vida en serio, la de todos y la de todas. Luchaba por pan, paz y trabajo, bailaba y cantaba por la vida, por lo pequeñito de la vida. Carlitos Romero, un imprescindible.
(Fotos de facebook. Foto destacada de Rubén Sahid)