Por: Javier Chaar
Muchas veces, tanto en las fincas como en zonas urbanas, hace falta sacar o achicar un árbol, por la seguridad de las personas que viven en el lugar. Y ese trabajo no es fácil, se requiere de alguien que sepa hacerlo bien. Uno de ellos es Evaristo.
Evaristo Chirino es talador y nació en Luján, San Luis, a veinte kilómetros del dique, para el lado donde se entra el sol, bien en el campo. Se vino a Mendoza en el ’70. Hoy vive en el Barrio Lihué y tiene un hijo que se llama Fernando.
Según Evaristo, en Luján había dos opciones: ser hachero o criar vacas. “Ya había hachado algo con mi hermano, y me fui al campo. A los doce años ya estaba en el monte hachando, en lo que le llamaban obrajes. Cuando ya tenía trece años, fue un señor de acá que compraba guano de las cabras para las viñas. Andaba buscando gente para cargar y me anoté yo también”.
De allá vino a trabajar a una finca en Nueva California, San Martín. Se vino para no hachar más. “Como en la finca siempre había algún árbol para cortar, empecé a cortar y empezó a correr la fama, y me decían todos: “che, tengo un árbol para cortar”. Y yo no quería, si me había venido de allá para no cortar árboles. Hasta que un buen día corté unos árboles e hice buena plata, y me gustó, nada que ver a lo que trabajaba al día. Y empecé a cortar, con hacha. Debe haber sido en el ’78 más o menos”.
Si bien hace tiempo que Evaristo trabaja con motosierra, me explica cómo se usa el hacha: “si uno sigue pegando donde se junta la muesca, ahí es donde se rompe, se quiebran los cabos. Entonces siempre hay que pegar un hachazo abajo y otro arriba, uno va en forma recta y otro oblicuo”.
Antes de empezar el trabajo, Evaristo analiza la situación: “le miro la posición del árbol, como de las ramas, cómo lo puedo tirar, hay que saber cómo le va a poner la soga y de qué lugar lo va a tirar. No es sólo el hecho de que el árbol cae para donde uno tira la soga, tiene que verle la posición que tiene el árbol, las ramas, y de ahí le hace la muesca, o el corte, acá le dicen la boca, le saca la corteza ahí, entonces el árbol se guía, a medida que va cayendo se va apoyando en la misma y va buscando la dirección. Para que se corte de golpe es mejor cortarle más arriba, entonces apenas se inclina se arranca del todo, se corta”.
La experiencia le permite saber el comportamiento que tendrá la rama al caer: “cuando hay otro árbol adelante, la rama al pegar retrocede. Más o menos uno calcula y ve la forma en que se va inclinando la rama. Todo se lo van enseñando los mismos árboles; nunca termina de aprender con esto”.
La relación entre el hachero y el monte es muy fuerte. Evaristo siente que tiene una deuda con la naturaleza. “Me gustaría plantar, es como un anhelo que tengo, trabajar los árboles, cuidarlos y verlos crecer. Si tuviera un terreno grande traería algarrobo, brea, quebracho”.
Evaristo me cuenta sobre los partidos de fútbol que hacían a la vuelta de hachar en el monte, cuando era chico, como si hubiera sido ayer. Una historia al estilo de las que escuchamos en “Calentá que entrás”, programa que se emite los miércoles de 19 a 21 horas en La Mosquitera FM 88.1. “Veníamos cansados, pero cansados en serio. La clave que teníamos para saber que alguien llegaba a la cancha, era que el que llegaba primero pateaba la pelota para arriba, y cuando cae la pelota en esos lugares de silencio, se escucha de lejos, hasta de un kilómetro. Jugábamos hasta las doce de la noche, en lo oscuro. Pasaba la pelota por al lado y los de afuera te decían “ahí va, acá pasó”. Era una risa, se nos iba todo el cansancio”.