Por Anabela Croce Martínez
Comité de Solidaridad Latinoamericana de Mendoza
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Al patriarcado lo entendemos como un sistema de dominio de varones sobre las mujeres. Es una construcción social antigua, cuyo rasgo más significativo es su universalidad. También hay que destacar su carácter adaptativo a cualquier sociedad, porque organiza las relaciones de género a partir de la religión, la cultura, la raza, el desarrollo económico o la organización política. Es decir, está presente en nuestro barrio, partido político, escuela, iglesia, etc.
En la segunda mitad del siglo XIX, algunas mujeres iniciaron en ciertos países de América Latina las primeras luchas a favor de los derechos políticos; florecieron en América Latina, Centroamérica y el Caribe con reivindicaciones sufragistas y feministas en los últimos años del siglo XIX y en las primeras décadas del siglo XX.
En la mayoría de los casos, el movimiento de mujeres tuvo como finalidad inmediata, reafirmar el papel de las mujeres en la sociedad y reclamar sus derechos cívicos y culturales. Las organizaciones de mujeres feministas en los primeros momentos de su surgimiento estuvieron vinculadas a dos objetivos, uno cultural y político, donde se debatía la falta de derechos y el otro vinculado a organizaciones sindicales
En Argentina las mujeres anarquistas y socialistas promovieron las primeras organizaciones de mujeres: como por ejemplo la Unión Gremial Femenina, integrada básicamente por proletarias. Una organización más fuerte fue la Unión Feminista Nacional, cuyos objetivos eran la emancipación civil y política de las mujeres, la elevación de su nivel cultural y el derecho a percibir igual salario que el hombre por el mismo trabajo.
En Chile se fundó a principios del siglo XX el Consejo Nacional de Mujeres. El movimiento de Emancipación de la Mujer Chilena a través de su periódico La Mujer Nueva criticó la discriminación de la mujer en el trabajo y la educación, logrando que la mujer pudiera postularse a cargos públicos.
En Bolivia el movimiento de mujeres surge más directamente vinculado a las luchas populares.
En México, en el marco de la revolución, miles de mujeres indígenas, campesinas, obreras y de capas medias reivindicaron tanto la igualdad de derechos entre hombres y mujeres como el socialismo.
Del interior de las organizaciones sociales y culturales de mujeres surgieron los primeros partidos feministas (Brasil, Uruguay, Chile o Argentina, entre otros).
Estos movimientos feministas empiezan a desactivarse paulatinamente hasta recuperar nuevas fuerzas y argumentos y resurgir en los años setenta. Sin embargo, asociaciones y partidos feministas pronto entraron en crisis, el movimiento feminista que estaba en su base fue desactivándose paulatinamente, sumergido y latente, recuperando nuevas fuerzas, llenándose de razones y argumentos hasta desembocar en el poderoso resurgimiento del feminismo de los años setenta a lo largo y ancho de América Latina, Centroamérica y el Caribe .
El feminismo en Latinoamérica en los años setenta forma parte de una ola feminista que se extendió por muchas partes del mundo. Se inscribe en el contexto ideológico de mayo del 68 y, por lo tanto, es urbano, de clase media e ilustrado y, además, nace vinculado a la izquierda.
Tras la intensa politización del feminismo de los años setenta y ochenta, las feministas se plantean cómo transformar sociedades marcadas por la desigualdad cultural, racial y económica y por la violencia patriarcal. Y aquí las ONGs aparecen como instrumentos privilegiados, en los que se combina trabajo asalariado y militancia política.
Miles de mujeres latinoamericanas han invertido trabajo y militancia feminista en las ONGs. También las organizaciones no gubernamentales cumplieron la doble función de servir de estrategia laboral para profesionales como un espacio para expresar el compromiso social de más de una generación de feministas con sus respectivas sociedades.
En los años noventa las ONGs de mujeres feministas comienzan a colaborar en la planificación y aplicación de políticas públicas y esta colaboración con el Estado provoca tensiones.
Por un lado, un sector del feminismo rechaza esas colaboraciones con estados muy desiguales a nivel social, y otros sectores apuestan a incidir en las política públicas.
Actualmente no se puede disociar el patriarcado contemporáneo del racismo, el colonialismo y el capitalismo. Así, las diferentes etnias, razas, orientaciones sexuales o de clase han sido introducidas en el debate político feminista con el propósito de re politizar el feminismo y de acercarlo a una sociedad marcada por la diversidad racial, cultural y sexual. Estas preocupaciones permanecen ahí y alimentan el debate feminista.