Cuando uno lee Hobin Rood, le da ganas de llorar, no porque sea un libro malo, es de aventuras. No porque la vida de Hobin sea mala, al contrario, él era un muchacho, ya de chico, que andaba con una lapicera en la mano a cambio del arco y la flecha, la creía más efectiva. Practicaba firmas en papeles blancos, en las paredes, en sus remeras, su madre, al verle tal destreza lo aplaudía. – Muy bien Hobin, cada día te sale mejor – le decía ella dándola un chocolate, de esos que tienen agujeritos adentro para que sea más blandito. Así fue la vida de Hobin Rood, parecía normal, como cualquiera pibe, le gustaba jugar a la pelota, ir al cine, mirar la tele, pero donde realmente se entretenía, era practicando su firma. – Algún día vas a ser Presidente Hobin, yo lo sé, soy tu madre – le insistía acariciándole la cabeza y jugando con su pelo extrañamente batido.
Nadie le creía a Hobin, pero… un día llegó al Gobierno, fue Presidente de un país. ¿Y ahora? Agarrate Catalina. En ese País que venía de quilombos en quilombos, el pueblo, muchas y muchos, lo vieron a Hobin como extravagante ¡sí!, gritón ¡sí! Andaba con una motosierra puteando contra la casta política, parecía el vengador que llegaba del futuro, el que iba a solucionar todo. Llovieron votos por los barrios, por el centro de las ciudades, también muchos jubilados y jubiladas lo apoyaron. Ganó, y por mucho. En ese País, Hobin Rood, aniquiló a todos los adversarios que habían matado a la esperanza. La alegría llegó a las calles, hubo fiesta y más fiesta. Por fin alguien que sacándole a la casta trajera justicia para el pueblo. La gente miraba al cielo, lloverían los dólares, comprarían todo lo que quisieran, hasta comida. Se venía un cambio. Hace unos años atrás había uno que también hablaba de cambio y nos fue para el orto, pero ahora sería diferente. El pueblo tenía Fe.
Hobin empezó a usar su lapicera, lo mejor que sabía hacer era firmar y firmar. La primera que se mandó fue una devaluación del 118%, así nomás, sin anestesia. El pueblo sintió el golpe en el bolsillo. Los ricos hicieron una mueca de alegría. Angélica le dijo al Tucho, – bueno, pero había que hacerlo – Tucho movió la cabeza, que sí, claro, había que hacerlo. – Vas a ver cuando cobremos en dólares, se lo ve un buen hombre, cumplidor –. Los diarios anunciaban aumentos en los alimentos, en el bondi, en el gas, en la electricidad, en el agua, en los impuestos, en el… en la…, en los…- Carajo Tucho, ¿estará bien lo que hace el Presidente? -, – ¡Pero sí Angélica!, vas a ver, en unos meses todo estará bien, había que hacerlo -. Se tomaron de la mano, ya era de noche, hacía frío, los pibes se habían acostado, la taza de café con leche era grande y el pan estaba bueno.
El Estado de Milei decidió liberar el precio de los medicamentos, las prepagas de Salud también podían cobrar lo que quisieran, decidió liberar el precio de los combustibles el principal costo de los colectivos, entonces el boleto se fue a la mierda porque también le sacaron el subsidio al pueblo. ¡VIVA LA LIBERTAD CARAJO! Gritaba donde veía una cámara o algún ser humano. A los jubilados los tiró a la banquina, fueron los que pusieron el hombro con aumentos por debajo de la inflación. Tucho llegó antes del laburo, hacía once años que trabajaba para la Fiat, siempre Angélica le decía, – sos bueno Tucho, qué buen mecánico sos -, pero Tucho venía con la cabeza baja – nos suspendieron flaca, vino el gerente y nos dijo que, por la recesión, que porque no se vende un puto auto… -. Angélica lo abrazó y se lo fue llevando para la cocina, olía bien la salsa, como ayer, hoy fideos. – Tené fe Tucho, todo va a cambiar, hay que esperar -.
Hobin Rood, dijo, ¡vine a destruir al Estado, para eso estoy acá! A muchos y muchas se les frunció el culo. ¿Cómo al Estado? ¿Y ahora quien nos va defender?, el Chapulín no está más. Hobin agarró la lapicera y otra vez firma y firma, Decretos para un lado y para el otro. Echó empleados estatales de acá, de allá y de otro lado también. Filas por las calles reclamando laburo, recibían un mail, un WhatsApp, o en la puerta de la oficina directamente les decían, no estás en la lista, ¡AFUERA! Las pequeñas empresas empezaron a cerrar, sus empleados, ¡AFUERA! El Estado decide quién gana y quién pierde; quién sobrevive y quién muere.
Para Hobin y su motosierra, eran los pobres y las clases medias quienes iban a pagar, lo sabía. El pueblo no. Había dicho que se iba acortar un brazo antes de firmar aumento de impuestos, y les aumentó a trabajadores el impuesto a la Ganancias que hacía unos meses otro gobierno se los había sacado. Para compensar, les dijo a los más ricos de los ricos, que no iban a pagar el Impuesto a los Bienes Personales, que podían mantener sus riquezas en el país o llevárselas afuera. Hobin se creyó rey, que el mundo lo admiraba, usaba aviones privados, hoteles caros, lo abrazaban los ricos del mundo. Su lapicera brillaba por los aires. Hobin miraba a su pequeño bosque de donde había salido, ya lejano en el tiempo, y pensaba que había logrado llegar muy muy alto, era casi Dios. Su madre tenía razón.
Hasta que un día, un día…