Por Ruben Vigo
Se sintió el golpe seco en las baldosas de adelante, penetró el impacto hasta la pieza y se trasladó como ayer, como siempre, hasta su oído atento. Nada nuevo, el diario llegó, voló haciendo revoltijo en el aire y abriendo espacios ocupados. Hora de levantarse Miguel, hora de buscar. El universo se mueve allá afuera, hay que regar las plantas, al malvón rojo siempre le falta agua, andá a saber por qué. Ella duerme, dejála. Isabel se levanta siempre temprano, pero hoy duerme, ni se mueve, sueña, disfruta. Tal vez presiente que hoy todo va a ser mejor. Se levanta, abre la puerta y ahí está, en el umbral, inerte, ordenado o despatarrado, el diario. Lo levanta como a un amigo caído, y como ayer, lo lleva debajo del brazo a la cocina. Todo limpio, la cocina impecable, cada plato en su lugar. La taza de colores verde y azules esperando. Calienta el agua, la pava chilla, revuelve una cucharadita de café y otra de azúcar, bate con energía hasta que haga espuma, le gusta ver caer el agua armando una cresta suave y clara sobre el oscuro café humeante. Toma con desgano, sabe que es igual que ayer, o igual que mañana. Lo toma, es la norma, es el inicio de siempre. La calle a dos pasos, abre la puerta, se despide con un grito. Hoy no hace frío, la ciudad es menos dura cuando hay sol. El mundo se abre a sus ojos, camina, todos van y vienen. El va, porque ir es su forma de vida. Va. El centro de la ciudad es el ombligo, la placenta donde nutrirse. No hay otra forma, lo sabe. La Biblia es el diario. El de hoy lo lleva firme en la mano, meticulosamente marca uno a uno los avisos, resaltado en verde los probables, en amarillo los dudosos. Es temprano, no hay nadie, la fila ausente. Entre la grieta de edificios el rayo pálido se le monta en la espalda, con ternura, su calor es sincero, lo protege. Alrededor giran las ruedas, las bocinas llegan y se pierden en la esquina. El taconear de mujeres le da ritmo a la espera, los niños y niñas se arrastran cansados con mochilas en la espalda o con rueditas, las manos optimistas de padres los llevan a la escuela.
Número mil doscientos treinta y tres, es ahí, no hay duda, vuelve a leer el aviso en verde, el probable de hoy, el más seguro. “SE NECESITA SERENO”. Así de corto, como para que todos quepan en esas tres palabras, cualquiera puede ser sereno, y vos también. Dos nubes revolotean arriba de los ventanales del piso quince, se pierden, llegan cuatro más. Se apoya en la pared, acomoda la espalda para que no duela, tiene esa vértebra que siempre le jode, las bolsas de la feria fueron muchas, había que aguantar, no decís nada, fue una changa. Apoya un pie en la pared, deja la marca en el ladrillo blanco recién pintado. La puerta de madera es amplia, de dos hojas, huele a madera, barniz agrietado, años de espera soportando filas, esperanzas, angustias. Si sabrá de historias esa puerta, si habrá visto ojos como los suyos mirando al suelo, contando las baldosas, gastando minutos que faltan para entrar. Nadie llega, la fila no se arma, hay ausencias presentes y el ahí, primero, aviso en verde. El Bermejo está lejos, el barrio recién debe estar despertando. Isabel estará preparando el primer mate y prendiendo una vela a la virgen de Guadalupe, no te lo dice pero lo hace. Tiene ganas de estar ahí, de sentir su tibieza, sus miradas que colman. Recordando las palabras de anoche, las que dijo antes de dormirse, las mismas que dice siempre, “mañana va a ver que sale algo viejo”. Optimista, Isabel siempre empujando para adelante, Isabel planchando para afuera, Isabel trabajando por las casas. El vuela, su cabeza vuela, porque la cabeza es suya, piensa lo que quiere o lo que puede, nadie le puede comprar la felicidad interna, se imagina llegando al triángulo de la Mathus y Avellaneda bajándose del cincuenta, yendo con las manos repletas de SI. Yendo con un hoy que no es igual que el de ayer, con el futuro en el puño apretado al diario, sabiendo que empezó el futuro, el sueldo seguro, el trabajo y la sonrisa, el papel firmado que grita ¡SI!, brindar con Isabel, abrazarla y caminar con orgullo por la Mathus pagando los fiados.
La puerta no se abre, y no se abrirá. Nadie viene y nadie vendrá. Golpea una vez más, la puerta resiste, lo mira inmóvil. Busca en el diario donde está el otro aviso, el amarillo, el dudoso, donde piden secundario completo. Se va a pata, no es lejos, el sol ya está arriba del piso quince, algo de calor llega, se levanta el cuello de la campera y piensa, por lo menos ya no hace frío.