Por Analía Millán
En los tiempos que corren vemos que un chico de 10 años ha visto más mujeres desnudas en su corta vida, que lo que podría haber visto un hombre maduro hace 50 años atrás. Hoy los medios y las tecnologías nos bombardean boom boom con imágenes y escenas de sexo, sin ir más lejos, basta con caminar por la calle San Martín para ver en los kioscos de revistas, a la altura de la vista cuerpos de mujer desnudos, a penas con una tirita que tapa las partes pudorosas. Cuerpos de mujeres fotografiados con un solo motivo, ser objeto de deseo. Y el objeto de deseo es una gigantesca “industria” que promueve varias cosas más que deseo. Repasando: bombardeo, imágenes de sexo, mujeres-objeto, deseo, industria… No falta en esta cadena de producción ese toque capitalista de los comportamientos humanos, y lo formularemos a modo de pregunta: ¿y esto es lo que día a día construye los ideales de belleza, de relaciones, de sexualidad, de sexo, de amor? Sí. Así de corta.
La pornografía tiene sus orígenes en los orígenes de la humanidad, claro está, no con ese nombre. La palabra “pornografía” viene del griego: (pórnē, ‘prostituta’) y γράφειν (gráphein, ‘grabar, escribir, ilustrar’) y el sufijo -ία (-ía, ‘estado de, propiedad de, lugar de’), teniendo por lo tanto el significado de «descripción o ilustración de las prostitutas o de la prostitución». Hoy la pornografía ocupa todos los formatos, y coloniza nuestra vida cotidiana, de a poco, hasta ya naturalizar la mirada, otrora espantada ante lo que esos ojos veían. Pero con esta nota se intenta entrar en este tema para mirar, conocer y debatir algo que sucede, estemos o no de acuerdo. Y lo primero que debemos entender es que el porno, tal como lo conocemos hoy, es un discurso sobre la sexualidad, sobre la masculinidad, sobre la femineidad, sobre los roles que cada uno desempeña. Es también, una de las “industrias” que más dinero mueve en el mundo por ser consumidos por millones de personas, donde hay un entramado de trata de personas, de abusos a niños y niñas, de violencias. Y es, a las claras, una forma de transmitir valores, formas, gustos, deseos, y estereotipos.
Cuando hablamos de bombardeo de imágenes que exponen escenas de sexo, nos referimos tanto a las que “nos topamos” en una publicidad, una novela, una gigantografía de perfume de mujer, una revista de chimentos, como aquellas que “se buscan intencionalmente” generalmente en internet. La exposición que tenemos a este tipo de contenidos no hace distinción entre adultos y niños. Más de una vez nos habremos puesto incómodos ante la presencia de escenas subidas de tono y una vocecita inocente que pregunta “¿qué le está haciendo el señor???” Chan. Chan. Chan… Silencio. Eso en el caso de niños pequeños, ni qué hablar cuando son más grandecitos y ven y no preguntan (entramos en la contradicción de pensar “por favor que no me pregunte vs yo debería decir algo, o apagar el tele, y hacerme la distraída”). Bueno y al llegar a la pubertad, por si no os habéis dado cuenta el porno es la maestra particular de “educación sexual”. Y así crecen y se transforman en adultos y adultas que han formado sus representaciones sexuales y de género basadas en una industria del placer virtual.
Internet se ha transformado en educador sexual a través de la pornografía (nota de color: el 30% de las búsquedas en internet están relacionadas con pornografía). Y en el porno hay una cosa clara: se erotiza la degradación de las mujeres, se erotiza la violencia hacia ellas, se hace una película y se vende y se compra. Y se ve, y genera cosas en quien la mira. Y todo lo explicado arriba va construyendo subjetividades, a través de las cuales el deseo se activa ante ciertos estímulos ya incitados por la pornografía, entonces lo que en una película es “supuestamente” una actuación, se buscará en una relación sexual, se fantaseará con aquello que entró en la mente a través de ese bombardeo de imágenes, desde pequeños. Y si las premisas de la pornografía son la violencia, la satisfacción frente a la humillación de la mujer, la apropiación de ese cuerpo como una cosa dispuesta a satisfacer cualquier deseo, si esas fantasías se cruzan en la mente ya no mirando una película, sino en la realidad de un encuentro, no es tan loco pensar que sucedan las cosas que vemos a diario en las noticias. Los femicidas no nacen de un repollo, nacen de una cultura y de instituciones que levantan los mismos valores que el porno. El violador, el que te acosa, el que te toquetea en el colectivo nace de esta cultura en que los varones tienen derecho sobre los cuerpos reales de mujeres reales, pero ellos están habitados por deseos abusivos que poco tienen que ver con el respeto, con el cuidado, con el disfrute compartido, con el encuentro.
Y no sólo se promueven los estereotipos en los varones, también en las mujeres que buscan responder a la demanda de esos estereotipos, buscan ser esa mujer fatal que provoque un terremoto en los hombres. Cumplir con esos estándares puede llevar a las mujeres a humillarse para ser aquello que ellas creen que una mujer debe ser.
¿Matemos al deseo? ¡No! Al contrario, el deseo puede ser algo más sutil: lo lindo de la cultura erótica es el juego implícito, es la búsqueda, la mirada, la complicidad, el respeto. Es lo que podemos encontrar en un cuento, en una buena película, que genera chispazos de algo, ganas, fantasías creada a partir de imágenes propias, no impuestas por la industria del porno. Es en el campo de la educación sexual integral que debemos dar la batalla. ¿Hay padres que tienen miedos? Bueno, sepan que sus hijos están expuestos a todo lo relatado aquí, mejor darle herramientas para que aprendan desde chiquitos que la sexualidad es parte de la vida, y debiera ser más sagrada, la propia y la ajena, que los miles de estímulos que consumen a diario, aún mientras almuerzan en familia.