INSTAN-TÁNEAS DE LA CALLE

Por Analía Millán

El canillita no puede competir con la instantaneidad de los medios digitales, de las redes sociales, de los millones de videos que se filman en bastante buena calidad en el momento exacto donde suceden cosas, cosas que se convierten en noticia. Porque nos hemos convertidos en un batallón de reporteros que con nuestros celulares registramos al instante los aconteceres que nos rodean.

INSTANTANEIDAD, es un término que utilizamos poco, que define hoy en día, gran parte de nuestra rutina. La espera de algo se ha tornado un suplicio insoportable. Esta característica de que todo debe ser rápido, ya, urgente, va calando en nuestra manera de ver y hacer el mundo. Lo vemos desde las lentejas que no les hace falta remojo y se cocinan en 20 minutos, o el puré instantáneo, en un whatsapp que nos “clavan el visto” y no nos responden (esto genera grados de psicosis tremendos). La búsqueda de la instantaneidad promueve sociedades que no tienen paciencia, que no soportan los tiempos necesarios de los procesos: procesos en general, como los procesos de aprendizaje, los procesos políticos, los procesos naturales… para todos los procesos existe un atajo que nos permita acelerarlo; una aplicación que te facilita, que te ahorra tiempo, que te precipita el proceso, una pastillita, un químico que apura el crecimiento.

La instantaneidad nos sale caro, porque requiere estar “enchufado de manera permanente” a alguno de los artilugios tecnológicos que nos hacen dependientes. Bien hasta aquí sabemos que la vida posmoderna nos hace “ahorrar tiempo”… ¿y dónde depositamos ese tiempo ahorrado por las nuevas tecnologías? En gran medida, depositamos el ahorro de tiempo en otras tecnologías del esparcimiento, aclarando que a veces son las mismas. Si lo pensamos por un momento, valga la aclaración de que un momento es también una medida de tiempo, nos daremos cuenta de que nuestro tiempo, nuestra vida, nuestro espacio está colonizado por las tecnologías. Lo que sí ha cambiado y mucho, es que antes las tecnologías nos permitían ser sólo consumidores, ahora nos permiten ser productores de contenidos, de manera fácil, accesible (aunque no siempre barata). Así podemos escuchar música, pero también subir un video casero de cómo arreglar una bicicleta, o podemos escribir poemas en un blog, o publicar un álbum con las fotos de las vacaciones.

Volviendo a la pregunta, dónde depositamos el tiempo ahorrado, podríamos recordar qué hacíamos antes de esta colonización. Hacíamos más o menos lo mismo, pero sin darle tanta publicidad a los hechos privados. “Selfi! Aquí con las chiquis en el Parque Central” “Selfie! Salida con los muchachos” “Selfie! Estoy aburrida”. Este tipo de expresiones las vemos a diario. Y son parte de la instantaneidad y de la necesidad de mostrar(se). Responde a un viejo paradigma de la comunicación mediática de que “sino sale en los medios no existe”, esto en la actualidad se lee como “sino publicás lo que estás haciendo no existe”. ¿Quién es entonces, o qué es, lo que nos otorga existencia a nosotros mismos, a nuestras vidas? ¿Será acaso la mirada de los otros, su aprobación? Esto es parte de nuestra naturaleza cultural, efectivamente la mirada de otro nos da existencia… ¿será que ahora necesitamos la mirada de los otros todo el tiempo, y de manera instantánea? Necesitamos sus “me gusta”, sus comentarios, sus compartidos.

Será que necesitamos la afirmación de que hay otro que nos mira, otro que interactúa con nosotros, porque en nuestra naturaleza no estamos completos solos. Lo que hace la tecnología es potenciar esa naturaleza. Uno es algo en tanto es algo para los demás: el docente es algo en tanto es docente de un alumno, esta revista es una revista en tanto se encuentra con vuestra lectura y manos, que tocan el papel y dan vuelta las páginas. O sea que la reflexión va más bien por el lado, de “desenchufarnos” del ritmo de la instantaneidad, y no de evadir la mirada y la construcción de nosotros mismos, en parte, a través de los otros y las otras.