JUAN AMARALES, EL CUMPA

Por Rubén Vigo

 

– ¡Qué hace por acá Cumpa!- El General tenía puesta su clásica gorrita clara con visera, sentado sobre la moto y pronto a salir, cuando justo le iba a dar arranque lo vio al Juan y se le arrimó.

– ¿Tocayo, no me habrá venido a visitar?- le repitió al verlo sin terminar de salir de su asombro. El Juan estaba embobado, había quedado mudo. Al General se lo veía impecable, la sonrisa de siempre, los dientes blancos, daba ganas de abrazarlo de tan real.

– ¿Qué día es hoy General?- pudo balbucear el Juan.

– Jueves- le respondió con su voz de lija. El Juan se llevó la mano a la frente, tenía puesto el sombrerito que al rascarse la cabeza se le torció para arriba. ¡Las Madres!, pensó, hoy es Jueves, hay que dar la vuelta en la Plaza.

– ¿Tiene hora General?-, Perón se arremangó la manga de su blanca camisa recién planchada, y abajo asomó reluciente un Tressa con malla de cuero.

– Mire, esto sigue igual, hace tiempo que las agujas están quietas, ni se mueven, pero será de noche-. El Juan pensó que el General pocas veces no sabía algo, así que debía ser de noche nomás. Cómo se le pudo pasar la ronda de las Madres, si siempre estuvo, carajo. Seguro iban a notar su ausencia, lo saldrían a buscar por todos lados. Y él acá, meta charla con Perón.

– ¿Y a usted quién le dijo que viniera, porque yo no lo llamé?- el Juan, así como andaba por la vida, al tranco, medio encorvado, y mirando el piso, mientras hacía un semicírculo con la punta del pie en algo que parecía niebla, le respondió con una encogida de hombros. Nadie lo había llamado, tenía razón Perón. Con todo el quilombo que había en Mendoza y él ahí, de pura charla. ¡Pero qué charla!, ¡y con quién!. Mierda que valía la pena esa falta, todo lo que iba a poder contar a la vuelta, le brillaban los ojos de euforia. Ya se veía en la mesa de Oliverio, masticando algo con cumpas y diciendo ¡ESTUVE CON EL GENERAL!, y todos los allí presentes, pondrían los ojos, y orejas atentas para que empiece a contar qué le dijo Perón. Orgullo tenía de sólo imaginarlo.

– Usted Juan, mire que ha sido fiel al Movimiento, ¡NUNCA ME  FALLÓ!- y hacía énfasis en la última frase. Perón se bajó de la moto, le puso el pie de metal para que no se caiga y quedó ladeada, en descanso. Dio unos pasos, se le fue acercando. Cuando el General le puso una mano en el hombro, sintió como un frío que le corrió por la espalda, pero un frío hermano, de ternura.

– Yo siempre lo vi en todas las luchas mi amigo-, le dijo mientras se iban alejando de la moto, los dos caminando, el Juan mirando como se desplazaba el humito del piso y Perón con el brazo sobre su hombro.

– ¿Che, y es verdad que volvimos?- le preguntó entusiasmado.

– Sí General, tuvimos unos años terribles, andábamos a las patadas, vio como es esto, las divisiones, pero ahora estamos de nuevo, juntos – el Juan cada tanto lo miraba para ver si era de verdad, y era, encima Perón le había dicho amigo y lo tenía al lado.

– Cumpa, usted no abandonó ninguna lucha, me lo cuentan cada tanto, cuando aparece algún compañero o compañera por acá, siempre hablan bien de usted, ¿sabe qué?, estoy orgulloso de que esté hablando conmigo, pero hace mucha falta allá, hay muchas luchas por dar. Y Juan, permítame que lo halague, no hay nadie como usted-.

Mientras seguían alejándose de la moto, que ya era un puntito oscuro en lo blanco, los cruzó a paso firme un peladito que les sonrío y siguió su ruta.

– ¿Lo conoce?- dijo Perón moviendo la pera hacia delante como señalando al hombre que se iba.

– ¿No me diga que ese es Quino?- preguntó asombrado el Juan.

– Así es Cumpa, un gran hombre, acaba de llegar- le replicó Perón.

 

Los dos ya estaban lejos, apenas se los veía, la última frase que se le escuchó al General fue:

– pero le insisto Juan, usted hace falta allá, no tenía que haber venido tan temprano-

 

Mientras se lo decía, Perón le sacaba la mano del hombro, para que siguiera solo. Al tranco de distancia el Juan se dio vuelta, desde lejos vio al General que lo saludaba con los dos brazos en alto, como en el balcón. Entonces se encogió de hombros, una vez más, como no entendiendo, si era jueves, lo estarían buscando, pero lo de Perón no me lo saca nadie. Después se dio vuelta, sonrió feliz y se fue al tranco lento.