LA ÑATA CONTRA EL VIDRIO

Por el Bermejo, Betina con sus cuatro añitos, tiene la ñata pegada contra el vidrio. Mira por la ventana del comedor el afuera como si fuese algo ajeno. Hace semanas que no sale, no la dejan. Lo llaman virus o algo así. Eso anda dando miedo por afuera.

–Mamá, mirá el pasto- dice Betina. El verde va trepando indomable. Pensar que hace unos meses era una alfombrita natural donde se revolcaba. Papá, una vez por semana lo cortaba bajito, bajito, para que ella rodara.

–Ya está Betina, salí- le decía Papá. Y ella le gritaba al Guille para que juntos se tiraran a abrazar la vida. Ahora el parquecito tiene matas altas y deformadas. En algunos sectores se levantan unos plumeritos ella recuerda que su hermano, el Guille, cuatro años mayor, los soplaba fuerte y una nube inmensa y blanca volaba llevando semillas como pancitos marrones para impulsar la siembra de una nueva vida. Esa era la meta del llamado “yuyo panadero”, plagar de flores amarillas el universo.

El Guille, en estas nuevas mañanas, porque antes cuando ella se levantaba ya se había ido al Cole. En esta nueva vida, la de ahora, el Guille se pone frente a la compu, serio, pensante, tiene un cuaderno y un lápiz, anota, estudia. Ella lo ve tan concentrado que nunca se anima a interrumpirlo, sólo una vez le preguntó que hacía, y él le respondió con un shhuuu.. laaaargo y sereno, con el dedo derechito derechito frente a sus labios. Ella entendió.

-¡Mamáaa, mirá, mirá, qué es ese animalito!- gritó Betina entusiasmada saltando frente a la ventana y señalando junto al limonero a un bichito de hermosa y plumosa cola larga, no más grande que un gato. –Es un zorro Betina- le dijo asombrada la Mamá, tampoco ella había visto uno por el Bermejo. Las dos quedaron con la ñata frente al vidrio, mirando como el zorrito se paseaba por todo el verde, como dueño del lugar. De un hueco, de pronto salió un cuy, los dos animalitos quedaron enfrentados, se observaron unos segundos, luego el cuy volvió a su cueva y el zorrito a su paseo.

-¡Mamá, mamáaa!- otra vez saltaba Betina, señalando ahora al viejo olivo, repleto de verdes aceitunas que su padre pondría en agua salada para el invierno. Sobre el olivo había unos diez pájaros de pecho amarillo con un antifaz negro en los ojos, cantaban, primero unos, y luego respondían los otros, ¡¡ BICHOFEO… BICHOFEO!!  –Escuchá Betina, sentí, parece que dice Benteveo o Bichofeo, así los llaman, por como cantan, pero del lugar de donde vienen, en Misiones, ahí su nombre es Pitogüé – le dijo Mamá Alicia sin apartar los ojos de la naturaleza.

Las dos otra vez quedaron con la ñata frente al vidrio. El Guille paró de ver la compu, de hacer anotaciones y se vino a la ventana. Había que ver a los tres observando al mundo rodar, y sentir ese canto potente y acompasado que adormecía el resto de los sonidos de la mañana, inclusive el del gallo de Don Alberto, que cada día, muy puntual, llegaba para avisar a esa parte de El Bermejo que estaba floreciendo el amanecer.

Luego, cada cual volvió a lo suyo, Betina se tiró en la alfombra a soñar, Mamá tomó el libro que había dejado, y el Guille buscó algo perdido en la Compu. Cuando la anormalidad se había hecho normalidad, silencio en la calle Mathus, la Génova muda de motos, los Bichofeos un coro afinado, y el gallo de Don Alberto repitiendo su concierto fuera de hora, cuando ya no era un zorrito sólo en el parquecito sino tres, cinco Cuy jugaban en el olivo y dos picaflores volaban besando las flores rojas del malvón de la maceta, Betina, ya sin llamar a Mamá Alicia, sintió a su padre llegar. El motor del Citroen quebró la mañana, el viejo auto amarillo, siempre limpio y lustrado, una reliquia de la historia, pisó con sus ruedas el pedregullo hasta estacionar junto a la vereda que lleva a la casa. Traía verduras y fruta. El Papá venía feliz de sus compras, sin trabajar, sin changas, con lo poco que les iba quedando buscaba precio, el mejor, y silbaba pensando qué iba a cocinar. Papá besó a Betina que seguía con la ñata frente al vidrio, ella miró como había quedado sólo el pasto y los panaderitos, ni Bichofeos, ni zorritos, ni Cuy, el canto desapareció, los picaflores huyeron del malvón.

-¡Mamáaa, vení, vení!- cuando Alicia llegó a la ventana, y juntas miraron el parquecito, Betina le preguntó, -¿Má, por qué nosotros molestamos a tantos?- Alicia nada dijo. Las dos quedaron con la ñata contra el vidrio.