LA PUERTA DE MADERA

En las baldosas de adelante se sintió el golpe seco, penetró el impacto hasta la pieza y se trasladó como ayer, como siempre hasta su oído atento. Nada nuevo, el diario llegó, seguro voló haciendo revoltijos en el aire y abriendo espacios ocupados. Hora de levantarse Miguel, hora de buscar. El universo se mueve allá afuera, hay que regar las plantas, al malvón rojo siempre le falta agua, andá a saber porqué. Ella duerme, dejala. Isabel se levanta siempre temprano, pero hoy duerme, ni se mueve, sueña, disfruta. Tal vez presiente que hoy todo va a ser mejor. Miguel se levanta, abre la puerta y ahí está, en el umbral, inerte, ordenado o despatarrado. El diario. Lo levanta como a un amigo caído, y como ayer, lo lleva debajo del brazo a la cocina. Todo limpio, la cocina impecable, cada plato en su lugar. La taza de colores verde y azules esperando. Calienta el agua, la pava chilla, tira un poco y revuelve una cucharadita de café y otra de azúcar, bate con energía hasta que haga espuma, completa con agua caliente, le gusta ver subir el humo armando una cresta suave y clara sobre el oscuro café. Toma con desgano, sabe que es igual que ayer, o igual que mañana. Lo toma, es la norma, es el inicio de siempre. La calle a dos pasos, abre la puerta y se despide con un grito. Chau. Aunque ella no escuche, aunque duerma. Hoy hace frío, pero la ciudad es menos dura cuando llega el sol. El mundo se abre a sus ojos, camina, todos van y vienen. El va, porque ir es su forma de vida. Va. El centro de la ciudad es el ombligo, la placenta donde nutrirse. No hay otra forma, lo sabe. Su compañía es el diario. Lo lleva firme en la mano, se sienta en el cincuenta y meticulosamente marca uno a uno los avisos, resalta en verde los probables, en amarillo los dudosos, en rojo los imposibles. Es temprano, no hay nadie. Entre la grieta de edificios el rayo pálido del astro se le monta en la espalda, con ternura, su calor es sincero, lo protege. Alrededor giran las ruedas, las bocinas llegan y se pierden en la esquina. El taconear de mujeres le da ritmo a la espera, los niños y niñas se arrastran cansados con mochilas en la espalda o con rueditas, las manos optimistas de padres y madres los acompañan a la escuela.

Número mil doscientos treinta y tres, es ahí, no hay duda, vuelve a leer el aviso en verde, el probable de hoy, el más seguro. “SE NECESITA SERENO”. Así de corto, como para que todos quepan en esas tres palabras, cualquiera puede ser sereno, y él también. Dos nubes revolotean arriba de los ventanales del piso quince, se pierden, llegan cuatro más, el sol igual insiste. Miguel se apoya en la pared, acomoda la espalda para que no duela, tiene esa vértebra que siempre le jode, las bolsas de la feria fueron muchas, había que aguantar, no dijo nada, fue una changa. Levanta un pie sobre el escalón, deja la marca de la zapatilla en el mármol blanco, la tierra de los callejones de El Bermejo, presentes. La puerta de madera es amplia, de dos hojas, huele a naturaleza muerta, barniz agrietado, años de espera soportando filas, esperanzas, angustias. Si sabrá de historias esa puerta, si habrá visto ojos como los suyos clavados al suelo, contando las baldosas,  gastando minutos que faltan para entrar. Nadie más llega, la fila no se arma, hay más ausencias que presentes y el ahí, primero, aviso en verde. El Bermejo está lejos, el barrio recién debe estar despertando. Isabel prepara el primer mate y prende una vela a la virgen de Guadalupe, no te lo dice pero lo hace. Miguel tiene ganas de estar ahí, de sentir su tibieza, sus miradas que colman, recuerda las palabras de anoche, las que dijo antes de dormirse, las mismas que dice siempre, “mañana vas a ver que sale algo viejo”. Optimista, Isabel siempre empujando para adelante, Isabel planchando para afuera, Isabel trabajando por las casas. El vuela, su cabeza vuela, porque la cabeza es suya, piensa lo que quiere o lo que logra, nadie le puede comprar la felicidad interna. Se imagina llegando al triángulo de la Mathus y Avellaneda bajándose del cincuenta, yendo con las manos repletas de SI, SI, SI. Yendo con un hoy que no es igual que el de ayer, con el puño apretando al diario, sabiendo que ese día empezó el futuro, el sueldo seguro, el trabajo y la sonrisa, el papel firmado que grita ¡SI!,  brindar con Isabel, abrazarla y caminar con orgullo por la Mathus pagando los fiados.

La puerta no se abre, y no se abrirá. Nadie viene. Golpea una vez más, ella resiste, lo mira inmóvil, sólo devuelve el ruido seco de un pasillo vacío. Busca en el diario donde está el otro aviso, el amarillo, el dudoso, donde piden secundario completo, aunque no lo tenga se tirará un lance, tal vez haya suerte. Se va a pata, no es lejos, el sol ya está arriba del piso quince, algo de calor llega, se levanta el cuello de la campera y piensa, por lo menos ya no hace frío.