LA TOPADORA

Yo vivía ahí, mire, donde está esa topadora, ahí nomás tenía el rancho. Si le digo cuánto hace que vivíamos ahí le miento vio. Porque yo nací en ese rancho, bueno, ese que estaba ahí donde la topadora. Mi madre me tuvo de muy jovencita, pobre, que en paz descanse. Tenía dieciséis años, una niña. Después nacieron más, el Roque, la Gladis, la Teresa, el Alberto, bueno…, como diez éramos, algunos ya muertos, para qué contar. Uno cuando empieza a recordar se amarga. Los recuerdos siempre son malos, no sé para qué uno los tiene, vio. Si tuviera una goma de esas de los colegios, me la pasaría por la mollera y me los sacaría todos. Hacer borrón y cuenta nueva, como cuando uno paga el fiado en el almacén, vio. Como le decía, ahí, ve, yo nací donde está la topadora, justo al lado de la rueda derecha, la más grande ve, ahí estaba la cama de mi viejita. Que lo parió, nada queda, nada. Si le digo que mi madre también nació ahí, le miento si el mismo colchón, pero la misma cama, sí. A la altura del radiador empezaba la sala, era grande mire, cabía la mesa larga y sobraba espacio todavía. Esa mesa la heredamos del abuelo, la mamá decía que era del mil ochocientos, vaya uno a saber. Si la hubiera visto enterita, no como ahora, así partida, para leña de esas bestias. Todavía me acuerdo del abuelo entrando por la puerta, ve donde está la montaña de adobe, ahí estaba la puerta. El abuelo, a la caída del sol se llegaba hasta la casa, dejaba la chupalla sobre la silla y se desplomaba sobre la cama que estaba en la esquina. El abuelo trabajaba la tierra vio, igual que el padre, todos hemos trabajado esta tierra, desde que me acuerdo, todos, y seguro que antes también. Ni le cuento el sacrificio que es la tierra, es duro vio, mejor no recordar. Doblado estaba el abuelo, yo era un chiquilín, y en cuanto él llegaba, corría a sentarme en sus rodillas, y sólo para observarlo de cerca. Mire, no le miento, a veces me quedaba media hora o más mirándole las manos destruidas de tanto darle al azadón. Pero los ojos, me gustaría que Ud. le pudiera ver esos ojos, eran llorosos vio, como con lágrimas, cansados. Le miento si sé cuánto hace que mi familia vive ahí donde está la topadora. Pero el señor que vino, uno de campera marrón, bien peinado, elegante el hombre vio, de la ciudad, dijo que era de él, que todo, todo, todo era de él y movía el brazo de un lado al otro mientras hablaba fuerte, con voz gruesa, segura, hacía temblar el aire. Y no venía solo, al lado venían cuatro grandotes que con alicate entraron a cortar los alambres para que pase la topadora, la roja esa, vio. Yo me quise retobar, hasta saqué el facón del cinto, porque a uno le sale de adentro defender lo suyo vio, ¿qué haría Ud., qué haría? Los grandotes me agarraron justo, me dieron duro, estaban armados hasta los dientes. Míreme, míreme en la cabeza el tajo que tengo. Tirado en el piso quedé, ahí, sangrando como un perro me dejaron. La Beba, recuerdo, me abrazaba, y los pibes me lloraban al lado, moqueando estaban. ¿Si les importó a los tipos esos?, ¡qué va!, nada, con la topadora me pasaron al borde de la alpargata izquierda, sino corro la pata me la aplastan. Con esa vio, esa que está ahí, quietita, como si ahora durmiera, con esa le entraron a dar al rancho como si fuera de papel, nada quedó, le juro, al ratito nomás no quedó nada, usted lo ve, mire. Tantos años que costó levantar esas poquitas cosas que teníamos, y ahí quedaron destruidas, por la tierra, y yo mirando sin poder hacer nada vio. No respetaron ni la mesa de la familia, ni eso mire, ni eso respetaron. Cuando se iba, el señor de campera me dejó un papel, va, me lo tiró en la cara, con desprecio, después miró el campo y ahí nomás se fue con los grandotes por donde habían venido. Se da cuenta, tantos años en estas tierras, trabajando duro vio, se da cuenta, para nada, para nada, dígame: ¿y ahora dónde vamos? ¿cómo es esto Don? dígame, ¿cómo es esto?