LO EFÍMERO EN VENDIMIA III

Fiesta de la Vendimia Central 2017: “Con el vino en la piel”

“Con entusiasmo en la piel”

Muchos de los músicos que participamos en la Fiesta empezamos escuchando las maquetas sonoras de Claudio Bracheta y Daniel Martín casi un año antes.

Escuché los bocetos de la música, totalmente compuesta para esa Fiesta un día de otoño y, pese a eso, se me llenó el alma de risa y el corazón me daba tantos saltos que tuve que parar de manejar; caminé frente a un álamo y mirando el tintineo de hojas amarillas jugando con el sol intenté que dejara de sonar adentro mío esa melodía de sueños de theatre du soleil mezclada con el canto de los dioses. Entonces me dijequé suerte tengo, voy a estar allí, en ese universo de sonidos que inexplicable y maravillosamente alberga músicas étnicas, electrónicas, ancestrales y actuales, académicas y populares; con violines, cellos, guitarras y cantos; con tonaderos, murgueros y absolutamente todo teñido de gestos profundamente rockeros. Entonces, aún frente al álamo, tomé mi celular y les dije rotundamente ¡Si! Supe inmediatamente que la vendimia ya estaba en mi piel! Ese alambique de sonidos mágicos e inexplicables no me permitió hacer otra cosa durante días.

Todavía con maquetas sin armar convoqué a Arte Vocal (el grupo que dirijo) para contarles con profunda alegría que estaríamos en Vendimia. Fue fácil contagiar ese entusiasmo y pude sentir esa música que sólo se consigue cuando todos los corazones de un colectivo de artistas vibran a la vez.

 “Con sudor en la piel”

Era diciembre y ya estábamos grabando: las maquetas se convertían en partituras con manchas de mate y estrellas de noches sin dormir. Los sonidos de la computadora mutaban en voces e instrumentos de verdad. Lo estábamos consiguiendo a pesar del calor. Ensayos y grabaciones, otra vez grabaciones y ensayos. Los músicos transcurrieron todo el enero mendocino en el Le Parc. En un esfuerzo sin igual se construyó nota sobre nota, ritmo sobre ritmo, y piedra sobre piedra esa catedral de sonidos.

“Con piel de papel”

Hay que esperar que amanezca, que las musas se hayan dormido y que por el momento no te confundan. Hay que tomar café y ducharse largamente para que el agua y el jabón se lleven cualquier vestigio de irracionalidad que disfrazada de ninfa se haya escondido en tu pelo durante la noche. Son las ocho, con la ropa limpia y los ojos bien abiertos enfrentarás las pieles de papel en las oficinas de cultura, llevarás papeles y te darán otros papeles, harás anotaciones en papeles relacionadas con otros papeles que deberás conseguir, y así, otra mañana igualmente límpida, lúcida y racional enfrentarás nuevamente el intercambio de papeles. El riesgo es que si no lo haces o te equivocas, nunca podrás recibir esos papeles, que aunque sumamente escasos, se intercambian por papas, fideos, pianos, gas y otras cosas que no sólo te permiten ser artista, sino simplemente ser.

“Con inseguridad en la piel”

Esa tarde, la primera que ensayamos en el altar de piedra, entre las montañas, Luciana, la arquitecta que canta y baila, me lo dijo. No pude escucharla, la música me tapó su voz y se tiñó de rojo anochecer, de montañas, de nubes y violines….

Si hay una emergencia vos no podrás bajar por esta escalera precaria (me decía) porque los escalones están demasiado separados entre sí.

Si alguien hace un paso para atrás se va a caer en este hueco de cinco metros (me decía) porque no hay baranda.

Si algo se incendia, de este lado no hay matafuego (me decía) y es necesario hacer una lista de elementos de seguridad que están faltando…(me decía, me decía, me decía)

“Con el miedo en la piel”

Estábamos sentados en las gradas del público y esperando subir para cantar. Arriba nuestro había una grúa y justo adelante muchísimos ojitos achinados y brillantes nos miraban, me alegró enormemente descubrir que en ese ensayo compartiríamos  con ese grupo de niños con capacidades diferentes. Estaban entusiasmados y felices de estar allí, contagiaban su sorpresa y alegría. Miré a mi alrededor y vi una multitud de fiesta, casi todas las gradas del público estaban ocupadas por los artistas.

Acabábamos de subir al escenario, algunos aún estaban en las escaleras. Mirando hacia abajo no pude dejar de comparar una fila de bailarines que pasaba, con una larga hilerita de hormigas, prolija y perfecta.

De repente se escuchó un solo grito, de cientos de voces a la vez que jamás olvidaré. Imaginen varios cientos de voces en un solo grito que con el eco de las montañas se repetía, corrí a la orilla del escenario y cuando el eco aún no paraba de sonar se escuchó un estruendo y más gritos. Vi como cayó toda la parrilla de luces en el escenario principal y pensé que había aplastado gente. Nos quedamos quietos, helados, mudos, atónitos. Hubo un  silencio sepulcral que recuerdo como el más largo de mi historia. Temblábamos.  Alguien, a quien aún agradezco, gritó: ¡No pasó nada, el Toni logró salir! ¡No pasó nada nadie quedó debajo!

Entonces se escuchó un suspiro colectivo indescriptible y miré al cielo pensando que tal vez había un dios y si era cierto que cada artista tenía un ángel, juntos habían hecho el milagro que acababa de presenciar. No podía parar de pensar en la filita prolija de chicas y chicos de la edad de mis hijos que acababa de ver pasar hacía pocos minutos, exactamente por allí, en el mismo espacio donde yacía una parrilla pesadísima cargada de luces destruidas, rodeada de cientos de pedazos rotos. Después de todo, personas y hormigas en estos casos somos igualmente efímeros, ya que compartimos tanta fragilidad. Arriba de las gradas, justo en el lugar donde estábamos sentados había una grúa, su brazo había cedido y provocado que la parrilla de luces se cayera.

El titular del PACSEM, desde un escenario central expresaba con su micrófono la idea de evacuar ordenada y tranquilamente. Indicó, entre otras cosas, que ciertos artistas debían pasar por los escalones que estaban al lado de la grúa de cuyo brazo se había caído la parrilla de luces. Alguien advirtió gritando que la grúa podía caerse. Casi en el momento en que él contestaba que eso no podía ocurrir, la grúa se cayó sobre las gradas destruyendo los escalones de piedra y cemento, en el exacto espacio en el cual habíamos estado sentados pocos minutos antes.

“Con la negación en la piel”

Muchos artistas entraron en pánico, algunos se fueron inmediatamente, otros se sentaron donde pudieron, algunos vomitaban, otros lloraban. Salimos de los escenarios como pudimos, no recuerdo quién o quienes me ayudaron a bajar por la escalera, pero sin luz de emergencia no podía calcular dónde dar el paso, ya que los peldaños no estaban separados entre sí con las medidas estandarizadas a las cuales uno se acostumbra. Recordé cada palabra de Luciana. Regresamos a nuestras casas y casi nadie logró dormir.

Al día siguiente, los artistas, constituidos en Asamblea efectuamos los reclamos. Aún hoy no puedo dejar de pensar en que pudiéramos haber muerto y que para muchos artistas no es compatible, ni posible, cerrar los ojos para tocar mientras se observa dónde uno está parado. La responsabilidad de cada cual debe ser compartida y los artistas merecemos que se inviertan los recursos necesarios y se asignen personas responsables que nos cuiden.

Mientras intentaba contener personas aterrorizadas que habían pasado un día entero sin dormir, sin hablar y sin comer, llevándolos a especialistas que el Estado había puesto a disposición, no paraba de pensar en todas las advertencias que desoí. Fue un antes y un después. Muchos artistas tuvimos que hacer consultas inmediatas para reflexionar respecto de si íbamos a ser capaces de hacer nuestra tarea en las condiciones psicológicas en la que nos encontrábamos. No ayudó en nada que los bailarines folclóricos, de un modo absolutamente caótico e irreflexivo, entraran al anfiteatro bailando como si nada hubiera pasado, riéndose y burlándose de todos aquellos cuya sensibilidad, auto reflexión y necesidad de dialogar con sus iguales o con especialistas nos mantenía en la periferia.

No es difícil imaginar que, dadas las circunstancias, se tomaron múltiples medidas de seguridad, se colocaron los matafuegos que faltaban, barandas y topes. Se agregaron peldaños a las escaleras y se iluminaron espacios. Sin embargo, muchos especialistas consideraron que, incluso así, el anfiteatro no reunía las condiciones deseadas de seguridad, que nunca antes las había reunido y que la precariedad a la que se somete a los artistas se mantiene año a año, a pesar de los cambios de gestión.

Hoy no comprendo por qué los arquitectos, ingenieros, técnicos y demás profesionales asignados a la Fiesta más importante que Mendoza tiene no pudieron advertir semejante torpeza.

 “Con memoria en la piel”

La Fiesta se hizo, los músicos respetamos a quienes no pudieron tocar o cantar, los abrazamos y tratamos de suplir sus roles a como diera lugar. Desde mi tarea no pude ver al resto de los artistas, pero la música, incluso con el sabor amargo aún en la piel, sonó maravillosa. La crítica posterior dio cuenta de ello.

Esa fiesta efímera se apagó como la luz de una velita de una torta que soplamos juntos cada año, pero cada vez que escucho cantar las voces del grupo que dirijo, agradezco que estén allí. Algunas noches  reaparece ese grito apocalíptico, colectivo y ensordecedor de cientos de artistas y sigo sintiendo escalofríos. Otras veces, recuerdo esos ojitos achinados y brillantes mirándome desde un lugar que unos minutos después quedó absolutamente destruido…y me pregunto: ¿Podrá el Estado cuidarnos mejor este año? Sólo podrá hacerlo si en vez de negar lo ocurrido y tapar los problemas, procura un ejercicio indispensable, que hoy más que nunca debemos ejercer todos los argentinos, no olvidar, recordar cada día lo que pasó, recordar a nuestros muertos y desaparecidos, exigir hoy la aparición con vida de Santiago Maldonado. Vivir en memoria, verdad y justicia. Tener la memoria en la piel.

Prof. Mónica Pacheco

Magister en Arte Latinoamericano

UNIVERSIDAD NACIONAL DE CUYO