Sean muy bienvenidas y bienvenidos al número 141 de la Revista La Mosquitera, sobreviviendo a un frío julio bajo el ala de la tremenda Cordillera de Los Andes. La única manera que tenemos para pasar el invierno es seguir trabajando entrelazando tantas cosas que nos pasan, compartirlas con ustedes y sostener la esperanza de que nos encontremos en un mundo cada día mejor.
Para leer, bajar y compartir la revista, le dejamos link por aquí.
Un fuerte fuerte abrazo.
EDITORIAL JULIO
Acá estamos nuevamente, como quien no quiere la cosa. Llegamos a la mitad del año. Solo falta atravesar agosto. El mes bisagra. Se vienen las elecciones y no está nada claro que vaya a suceder. Mientras tanto, hay gente que lo está pasando mal y otrxs, están resistiendo.
En este número les daremos voz, aunque sea por un rato a algunas personas que lejos de dejarse ganar por el espíritu de competencia individual, se han organizado para luchar por lo que creen, la comida para los niños del barrio, el agua limpia, la igualdad de género, la igualdad en general. Porque no corren buenos tiempos para la idea de igualdad. Hoy están en boga otros valores, el mérito, el esfuerzo, la flexibilidad. Valores que nosotros también saludamos, creemos firmemente que necesitamos de ellos para salir adelante. Pero con una pequeña gran salvedad.
Creemos en estos valores y muchos otros. Siempre y cuando sean parte de un esfuerzo conjunto, entre todxs y para todxs. No creemos en los esfuerzos individuales. Sabemos que la salida no es individual. Es comunitaria.
No hay que mirar mucho hacia atrás, para ver en funcionamiento modelos de país que asentados en el esfuerzo personal, la sociedad se dividió, se precarizó. Se volvió más desigual.
Hoy nuevamente nos proponen esforzarnos sin mirar al costado. Cada uno debe ser artífice de su propio destino. Y como en los no tan viejos tiempos, empieza a sobrar gente, aumentan los desocupados, los excluidos, los indigentes. Empiezan a sobrar los adolescentes pobres sin trabajo, sin destino.
Y vuelven las soluciones de antes. Los que pasamos los 40 y tantos, las vivimos. La colimba, el servicio militar. Allí me pegaron, me humillaron, me robaron la ropa el primer día. Nos hicieron pasar hambre y sed, nos hacían competir, y todavía recuerdo a un compañero que venía de la Mendoza profunda, morocho, flaquito. Hicimos una competencia y por haber quedado último, lo metieron en una bolsa y nos obligaron a todos a darle una patada a la bolsa. Eso se llamaba bolseada y al que no le daba una patada, lo bolseaban. Porque si eras poco hombre y llegabas último, te merecías un buen castigo. Al pobre flaco no lo vimos más.
Eso fue lo primero que aprendí en la colimba, y fue lo primero que traté de olvidar. Al último, al más débil, no se lo patea, ni se lo castiga. Tampoco creo que haya que ayudarlo. Prefiero pensar que vamos todos juntos, flacxs, gordxs, altxs y bajxs. Todos juntos hacia el mismo lugar. Un lugar mejor, sin primeros, ni últimos. Sin nadie que diga lo que tienen que hacer los otrxs.