Por Diego Vilardo
La industrialización que comenzó a finales del siglo XIX en casi todo el mundo, modificó para siempre el concepto de alimentación, así como también produjo un cambio muy significativo y pronunciado de los usos y costumbres alimenticios. Fue a partir de este evento que se rompe el conocimiento que cualquier persona tiene acerca de aquello que está comiendo, o debería comer. Para que se produzca esta ruptura fue fundamental el papel que jugó la publicidad y la propaganda generando una necesidad y un cambio de hábitos muy profundo. La erradicación de la ruralidad como proyecto de Estado y la concentración de esas poblaciones en las hoy conocidas grandes urbes, fue el caldo de cultivo para que esto se agigantara a velocidades pocas veces vista.
La joven industria, recién estrenada, encontraba en los medios de comunicación un importante aliado para dirigir su plan y crear así un nuevo destino para aquellos gustos y costumbres arraigados en un estilo de vida de campo y natural.
Se daba paso a grandes estrategias de gobiernos, generalmente de derecha, de favorecer el capital y la concentración.
Nuestro País no quedo exento a este movimiento capitalista y desnaturalizado comenzando a formar en gran parte el “Gusto Nacional” o lo que hoy conocemos como comidas típicas.
La migración masiva colaboró con una infinidad de platos tan diversos como las culturas que poblaron nuestra tierra. Preparaciones que no encontraban aquí los ingredientes originales de sus culturas y por lo que sufrían una transformación inusitada convirtiéndose en nuevos gustos.
Los hábitos en la mesa, los horarios de las comidas y la cantidad de veces que aquellos pobladores debían sentarse a comer, también era dirigido desde el pulpito de la industria.
Una industria que hasta el día de hoy mantiene su visión machista de la vida, condicionando solo a la mujer en la tarea de alimentar a sus “pichones” y demás faenas, y al hombre solo abasteciendo económicamente para que todo esto se cumpla.
Fueron llevando las costumbres a lo que se usaba hacer en lugar de lo que se debía hacer, por ejemplo, cocinar en menos tiempo y encontrar facilidad en algunos productos semielaborados. Quedando de lado muchos años de cultura popular y sabiduría regional sobre lo que cada producto causaba en nuestra salud.
Nuestros habitantes originarios fueron pasando de generación en generación y de manera oral, un sinnúmero de saberes adquiridos sobre cada alimento y cada hierba que el medio les proporcionaba, eso la industria lo sepultó a fuerza de desprestigio por medio de la publicidad, dando cabida a la farmacopea y la medicina que pronto se sumaron al tren de la industria y sus consecuencia. Crearon así la necesidad de consumir todo lo que ellos producían, se fomenta el consumo de carne de vaca, ya que antes de este proceso una familia rural, no disponía de carne todos los días, salvo aves de corral. También avivaron el consumo del pan con el trigo ya casi modificado de rápido crecimiento, haciendo creer en que este producto era una alimento que salvaría al mundo de la hambruna.
Los alimentos se fueron sintetizando y las empresas comenzaron a no mostrar tanto cómo se elaboraban sus productos y a crear conceptos de felicidad que hacían relajar al consumidor. Era frecuente ver publicidades de jamones o derivados porcinos con una caricatura en su etiqueta de un Cerdo feliz, casi complacido de morir para alimentarte, o una vaca chocha por que le saquen la leche destinada a su cría para dársela a tu descendencia. Todas figuras idílicas que solo servían para ocultar una serie de sufrimientos a los que animales fueron sometidos desde el traslado hasta la faena.
Las verduras no quedaron exentas a estas artimañas, se las concentró, se las exprimió y se les realzó el sabor. También se generalizaron gustos y se sacaron hasta de la tierra para producirla en algunos casos en sistemas hidropónicos. También la industria arrasó con nuestra flora y fauna autóctona para darle paso a las grandes superficies de cultivo y destinándola a un desgaste del cual pronto veremos las consecuencias.
Así la industria invisibilizó el proceso de elaboración de los productos y fue cerrando sus puertas al ingreso de cualquier curioso que quiera saber como se fabrica, por ejemplo, uno de los productos más emblemáticos de la industria alimenticia moderna que son las Salchichas, creadas a base de almidones y concentrados de residuos de Mataderos.
Diego Vilardo
Cocinero Naturista
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