Por Marcela Orellana
“Arrancamos ayer el #cuéntalo y nos hemos convertido
en tendencia mundial. Llevamos contadas miles y miles y miles de agresiones.”
Cristina Fallarás
“Esos días crecí. Mucho. Muchísimo. Creo que fue la primera vez
que tomé conciencia de mí misma como mujer y de que mi soledad
era la soledad de tantas otras
y de que probablemente era para siempre.”
La no-violación. Virginia P. Alonso
Si alguien duda aún del poder terapéutico de la escritura, los tiempos que corren y las historias que corren en ellos, le darán una respuesta irrefutable. La escritura no solo tiene un poder terapéutico para quien escribe sino que lo tiene también para quienes leen. Y esto lo prueba hoy la tecnología, que nos permite publicar en simultáneo y leer casi al mismo tiempo que centenas de miles, en pantallas grandes y pequeñas, portátiles y no. Y ahí está #cuéntalo como evidencia de que juntxs construimos un hipertexto, donde un tema enhebra millones de intertextos atravesados por ese pequeño signo del hashtag, el numeral, seguido de un imperativo que pide, ruega y manda contar a una segunda persona, una o varias historias. Historias que caben en esa sílaba minúscula y enclítica que se estira y se amayúscula tanto como quepa en nuestra imaginación, para testimoniar el dolor y el miedo, el asco y el recuerdo involuntario. Dentro de #cuentalo, cabe un catálogo casi infinito de agresiones contra mujeres, de violencias de diferente grado, color y edad pero todas, desde la más incipiente, son deleznables.
Dice Cristina Fallarás “hemos compuesto un retrato coral y feroz” y acordamos. Ese retrato es el de una sola mujer que es todas las mujeres. Esa mujer en la que su piel y su alma denuncia a esas otras noventa y cinco de cada cien, que junto a ella sufren abuso por estadística. Ese retrato es por otro lado el del hombre que depreda a las mujeres, que no son todos los hombres, pero que son centenas de miles y unos cuantos pasaron por nuestras vidas. Esos retratos son la voz de las mujeres. En ella un yo y un tú, un yo y un vos, un yo y un él, un yo y un ellos se despliegan en escenas que se dinamizan en nuestros teatritos mentales y se cargan de paisajes, de frases susurradas o gritadas, de edades, de bocas y manos, de penes y lenguas y ojos y piernas y tetas y vulvas, de situaciones, de consecuencias, de vulnerabilidades y de valentías, de silencios de años que estallan al fin, hechos astillas.
¿Por qué ahora y no antes? Se pregunta la incisiva periodista y magnífica escritora. Y se responde y nos responde, porque ahora hay un espacio (lo hubo antes pero era chiquito e íntimo y cerrado). Porque ahora hay muchas otras contando historias parecidas (las hubo antes, pero eran la amiga, la vecina, la hermana). Porque ahora que en ese espacio, por virtual y abierto inconmensurable, suenan historias parecidas de mujeres con las que nunca vamos a cruzarnos por la calle pero tan amiga, tan vecina y tan hermana como yo misma, crece la oxigenante confianza del amítambiénmepasó y del cómonovoyacreerte. Tanto es el aire de ese espacio, que nuestro propio encierro explota y repasamos piel abajo su exclusiva enumeración de abusos porque siempre es más de uno y vinieron en nuestro andar.
Y es cuando cada una al sentirse parte del convite, en la privacidad del papel o tecla a tecla, ofrenda al aire de la voz y a la luz de un momento o de la pantalla, una escena única o una secuencia de dolor, de vergüenza, de miedo, de culpa que se levanta como tantas veces desde que sucedió, nítida y repetida. Pero así ofrecidas esas palabras se vuelven un río de espejos donde caben la voluntad de las mujeres y el asombro de los varones. En esos espejos de caracteres nos iremos mirando para saber quiénes somos, cuándo se nos creció adentro el miedo, por qué llevamos el coraje metido entre los ojos, cómo ser hombres que no lastimen mujeres para ser hombres, cómo ser más mujeres con voz,para hacer juntas la voz de las mujeres.
* https://youtu.be/LUZ_DJ_y0-A