Por Analía Millán
La comunicación en América Latina siempre fue oveja negra. Desde los lugares más recónditos las comunidades se han organizado para debatir sus necesidades, para construir la palabra, para que ser su propia voz la que cuente sus realidades. Allí debemos volver.
Comunidad y Comunicación
Comunidad y comunicación comparten su raíz: La palabra “Comunidad” viene del latín communitas y significa “cualidad de común, conjunto de personas que viven juntos, que tienen los mismos intereses o que viven bajo las mismas reglas”. “Comunicación” proviene del latín “comunis” que significa “común”, de allí que comunicar signifique transmitir ideas y pensamientos con el objetivo de ponerlos en “común” con otro.
La vida en comunidad requiere de poder ejercer el derecho a comunicarse. A la circulación de la palabra, de las ideas, de las necesidades, de las propuestas. La comunicación nos construye como sociedad, y como sociedad deberíamos poder construir la comunicación que decidamos. La razón es simple: la comunicación y la educación son los primeros derechos que nos permiten ejercer todos los demás derechos. La comunicación promueve revoluciones o perpetúa la dominación cultural de las potencias que ven en la comunicación y en la cultura uno de los mayores negocios a escala mundial.
Comunicación y cultura
La comunicación para ser ejercida debe ser parte de la cultura, y viceversa. En nuestro país logramos que se hiciera ley, uno de los proyectos elaborados de manera más colaborativa. Pocos proyectos de ley han tenido semejante discusión en todos los ámbitos; pocos proyectos de ley tuvieron tanto apoyo popular, y pocas leyes fueron tan resistidas por los poderes de los grandes medios concentrados. No sólo por el espacio, sino y sobre todo, porque lo que se ponía en juego es que el Estado sea el principal promotor del Derecho a la Comunicación, del acceso y ejercicio de ese derecho… y en el fondo lo que se juega es el sentido. Es la batalla cultural a través del poder de los medios de comunicación.
El modelo imperante de comunicación en el mundo se basa en que es la cara bonita del capitalismo en todas sus fases. La cultura hegemónica se nos hace agua, y como peces, ni la vemos. Es parte de nuestro ambiente. El cine, la publicidad, la música, los estereotipos de cuerpo, de familia, de éxito, de vivienda, en una palabra, estereotipo de vida, se cuela en nuestra propia cultura desde que nacemos, o antes (ahora tan en boga los baby shower). Porque la cultura y la comunicación son condiciones para que el capitalismo se sostenga. Y cuanto menos advirtamos que está operando a cada instante en nuestra cotidianeidad, mejor para el sistema. Más fuerte se hace.
Lucha en dos frentes
La lucha quijotesca entonces es doble: desnaturalizar el sistema cultural y de comunicación, demostrar su potencia en cómo va moldando gustos, prácticas y deseos. Dejarlo al descubierto, gritar a los cuatro vientos que eso no es un modelo propio de comunicación, sino un laberinto de consumo, en el que millones de personas quedan atrapadas. Y la segunda misión, es construir otro modelo de comunicación, encontrar en las experiencias campesinas, de los barrios populares, de las calles, de las escuelas y universidades, de las cárceles, de las plazas, las formas de comunicación que promueven la conciencia de sabernos protagonistas de nuestros destinos y no consumidores-clientes. Somos personas con derechos, con potencia infinita en lo colectivo, para transformar al sistema todo.
Cuando la tierra es fértil florecen miles de flores. Cuando un proyecto social construye un sistema de comunicación plural, inclusivo, con espacios abiertos al debate y al diálogo; cuando ese proyecto promueve la democracia, la conciencia crítica, la libertad de expresión, el respeto, la diversidad; cuando la comunicación es un derecho humano y tenemos los sentidos bien alerta para ejercerlo, para aprender y enseñar a que nadie hable por nosotres… entonces, quizás entonces, podemos tener la certeza de que podemos hacer del mundo, de nuestro mundo, un lugar más justo.